Helechos canarios.

Un rico patrimonio con una vieja historia

Arnoldo Santos Guerra - J. Alfredo Reyes-Betancort

Biólogos. Unidad de Botánica del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias

Ilustraciones: Lucas de Saá Rodríguez

Fotos: Arnoldo Santos Guerra - J. Alfredo Reyes-Betancort

Fotos de las ilustraciones: Javier Pérez Mato

 

¿Qué son los helechos? Los helechos o pteridófitos, para círculos más científicos, constituyen un grupo de vegetales primitivos que, aunque no desarrollan flores, poseen haces conductores y estructuras equiparables a tallos, hojas y raíces. Se reproducen en general por esporas englobadas en esporangios que se agrupan a su vez en soros protegidos a veces por indusios, cuya morfología y disposición contribuyen a su identificación, y en algunos casos, también poseen reproducción vegetativa por medio de rizomas y propágulos aéreos. Están mejor adaptados a vivir en ambientes frescos o húmedos y a zonas cálidas, por lo cual su diversidad y abundancia va disminuyendo a medida que nos alejamos de las zonas tropicales. Constituyen uno de los grupos vegetales terrestres más antiguos, presente ya desde el Período Carbonífero, hace más de 350 millones de años.

 

 

 

Pinceladas históricas y diversidad

 

Las primeras referencias conocidas sobre helechos presentes en Canarias se remontan a fines del siglo XVII, en que aparecen descritas o iconografiadas al menos seis especies relacionadas con nuestras islas. En particular eran bien conocidos en esa época dos de los más famosos helechos que compartimos con Madeira y otras zonas geográficas: la tostonera (Adiantum reniforme) y la cochinita, cochinilla o batatilla (Davallia canariensis). De hecho, ambos, junto con la hierba candil (Asplenium hemionitis) y otra cochinilla (Cheilanthes maranthae), fueron recolectados en Madeira durante el viaje realizado en 1687 a Jamaica por el famoso H. Sloane, fundador del Museo Británico londinense, que se detuvo durante algunos días en dicha isla. Poco después, aún en dicho siglo, aparecen descripciones con materiales provenientes, probablemente, de Canarias en la obra de Leonard Plukenet, que se basó para ello en las plantas cultivadas ya en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVII o en ejemplares recolectados por J. Cuninghame en la isla de La Palma a fines de 1697 y principios de 1698. También ambas especies (Adiantum reniforme y Davallia canariensis) aparecen iconografiadas en la Phytographia de Plukenet, publicada a fines del siglo XVII, no siendo las únicas especies que fueron herborizadas por este médico naturalista en sus recorridos por los barrancos aledaños a Santa Cruz de La Palma en esta azarosa, pero para nosotros afortunada, escala en su trayecto rumbo a China. Al menos, en los herbarios conservados en el Museo de Historia Natural de Londres, hemos podido identificar siete especies más de helechos, entre las que se encuentran la famosa y bella píjara (Woodwardia radicans), el culantrillo negro (Asplenium onopteris) y el helecho macho (Dryopteris oligodonta), uno de los pocos helechos exclusivos de Canarias y Cabo Verde, frecuentes los tres en nuestros bosques de laurisilva, e incluso el Asplenium fuera de ellos.

 

Si tenemos en cuenta los últimos trabajos publicados (Lista de especies silvestres de Canarias y otras obras) podemos indicar que la flora pteridológica de Canarias comprende unas 65 especies (55 nativas y 10 exóticas), pertenecientes a 21 familias (4 introducidas) y 31 géneros (5 introducidos), muchos de los cuales se hallan representados por una sola especie (Davallia, Diplazium, Equisetum, Woodwardia...). Tan sólo 4 pueden considerarse como endemismos estrictamente canarios y 3 exclusivos de la Macaronesia. Teniendo en cuenta el número de especies, el género mejor representado es Asplenium, con 16 taxones diferentes. Algunas especies son muy comunes, como la indicada Davallia, cuyos gruesos rizomas, como dedos, comíamos en juegos infantiles una vez desprovistos (pelados) de sus escamas, o el Polypodium macaronesicum, y otras rarísimas como podría ser el caso del pequeño helecho Asplenium septentrionale, con escasa presencia en las cumbres de las islas más altas, Tenerife y La Palma. Otras no están bien estudiadas y necesitan investigaciones futuras para aclarar su estatus, como el posible endemismo descrito por Kunkel Asplenium terorense, exclusivo de Gran Canaria, o los tres representantes del género Cystopteris.

 

 

 

Las familias introducidas corresponden a Azollaceae, Oleandraceae, Psilotaceae y Salviniaceae. Otra familia, Marsileaceae, de dudosa espontaneidad, probablemente hay que considerarla extinguida en el archipiélago. Algunos de estos helechos constituyen auténticos fósiles vivientes en la historia evolutiva de las plantas terrestres. Nos referimos a la presencia espontánea del delicado Psilotum nudum, de tallos delgados, ramificados dicotómicamente, en algunos jardines de Tenerife y La Palma, posiblemente diseminado con la introducción y cultivo de plantas ornamentales de diversa procedencia.

 

 

 

Paralelamente a otros archipiélagos macaronésicos, en los cuales las Azores albergan 78 especies y Madeira posee más de 80, nuestras islas presentan una relativa riqueza, a lo cual contribuyen sus variadas zonas ecológicas. Sin embargo, y teniendo en cuenta la afinidad de muchas especies de helechos por zonas húmedas, los bosques de laurisilva canarios no son tan ricos como los de dichos archipiélagos, que poseen una mayor diversidad con algunas curiosas y llamativas especies, como por ejemplo las pertenecientes a los géneros Lycopodiella, Huperzia o Diphasiastrum (todos de la familia Lycopodiaceae), que no llegan a estar presentes en nuestras islas. Dentro del archipiélago, Tenerife es la isla con mayor número de helechos, seguida de La Palma, La Gomera, Gran Canaria, El Hierro, Fuerteventura y Lanzarote, en razón de la mayor o menor diversidad ecológica e independientemente de su edad geológica.

 

 

 

En 1724, L. Feuillée recoge, en su manuscrito del viaje al archipiélago para fijar la posición del meridiano 0, los primeros dibujos realizados in situ sobre helechos canarios, correspondientes a la hierba candil (Asplenium hemionitis) y a un trozo del fronde de un Polystichum setiferum, probablemente observados en las cercanías de La Laguna, en cuyos alrededores herborizó y donde pernoctó en varias ocasiones en casa de la familia Porlier.

 

Aportaciones significativas al conocimiento de este grupo de vegetales en Canarias fueron hechas a principios del siglo XIX por el famoso botánico A.J. Cavanilles, basándose en diversos materiales recolectados y enviados por el cónsul francés P.M.A. Broussonet desde Tenerife.

 

 

 

La investigación botánica propiamente dicha anterior a la publicación de la magna obra Historia natural de las islas Canarias (1830-1850) queda recogida en este trabajo por sus autores P.B. Webb y S. Berthelot. En esta obra, primer catálogo más o menos extenso sobre la flora canaria, se citan 38 especies y se recogen datos de publicaciones previas como la de Bory de Saint-Vincent (1803), en cuyo libro Essais sur les iles Fortunées et l’antique Atlantide ya había enumerado 27 especies, algunas introducidas, e incluía un hermoso dibujo de uno de los helechos más famosos de las islas a nivel popular por su uso medicinal, la doradilla (Asplenium aureum). Durante su estancia en Tenerife, Bory también contó con la ayuda de Broussonet.

 

 

 

Posteriormente diversos autores (L. von Buch, H. Christ, C. Bolle, J. Bornmüller, L. Pitard...), a lo largo del siglo XIX y principios del XX, van incorporando información respecto al número y distribución de estas especies en las islas, datos que vuelven a ser recopilados entre los años 60-80 del pasado siglo por G. Benl en diversos trabajos, uno de ellos en colaboración con E. Sventenius en 1970. En esta época hay también diversas aportaciones de G. Kunkel, y más recientemente realizan notables contribuciones a la flora pteridológica el portugués J. Ormonde y el pteridólogo canario T. Sánchez, entre otros.

 

 

 

Dentro del mundo iconográfico local destacan los dibujos de M.A. Kunkel y las recientes plasmaciones artísticas, a color, de Lucas de Saá, algunas de las cuales se reproducen en el presente artículo.

 

Distribución ecológica

 

Los helechos en Canarias se distribuyen en distintos hábitats, aumentando la diversidad de especies, como ya hemos mencionado, para los lugares más favorecidos que corresponden en general a los ambientes húmedos del monteverde. Aparte de estos nichos ecológicos más favorables para su desarrollo, los helechos están presentes, aprovechando las épocas invernales más propicias, desde casi el nivel del mar hasta las cumbres por encima de los 2.000 m. En zonas costeras nos podemos encontrar sobre sustratos arenosos o muy permeables con el curioso y diminuto Ophioglossum polyphyllum, uno de los tres representantes del género en Canarias, o bien, por su adaptación a la salinidad, con el culantrillo marino (Asplenium marinum), que elige grietas frescas y, aunque raro en las islas, se ha localizado en todas ellas. Otras especies de helechos están distribuidas en los ambientes xéricos de las zonas bajas dominadas por los tabaibales y cardonales. El más adaptado a este clima es el helecho lanudo (Cosentinia vellea), cuyos frondes están recubiertos de un tomento blanquecino. También en estos lugares destacan dos especies de Cheilanthes, Ch. maderensis y Ch. marantae, este último caracterizado por el verdor del haz y el color cobrizo de su envés peludo, cuyos raquis fumábamos durante los juegos de la infancia. A pesar de la aridez que caracteriza estas zonas, puede haber lugares con aguas casi permanentes, pequeñas fuentes, etc., donde es posible observar especies que luego serán frecuentes en ambientes más acogedores del monteverde. No es raro encontrarnos con los culantrillos de pozo (Adiantum capillus-veneris), típico también en las destiladeras caseras, o con el más raro y tal vez asilvestrado A. raddianum, así como, escapándose de la sombra de los laureles, con algún ejemplar del helecho hierba candil (Asplenium hemionitis), una de las especies más llamativas por sus frondes triangulares de lámina casi entera y sus largos soros lineares.

 

 

 

Estos mismos ambientes, si bien más ruderalizados, son los que aprovechan diversas especies oportunistas que han conseguido asilvestrarse en las islas. Éste es el caso del subespontáneo y alóctono helecho cosmopolita Christella dentata, por algunos considerado como nativo e incluso en peligro de desaparición de las islas, cosa que no demuestra su adaptación casi única a lugares perturbados por actividades humanas. Sin embargo, no lo hallamos tan abundante como la vulgar helecha (Nephrolepis exaltata), una especie ampliamente cultivada y asilvestrada, y mucho menos como el llamativo helecho de cuero (Cyrtomium falcatum), igualmente escapado de cultivo, cuyo carácter invasor las hace potenciales competidoras de alguno de nuestros endemismos o elementos autóctonos. Aunque la mayor parte de las localizaciones en que ahora se hallan se reducen a paredes de cultivos de plataneras, con humedad casi permanente, cercanías de viviendas, e incluso paredes dentro de núcleos urbanos o recientes soportes artificiales en nuevas vías de comunicación, ya han iniciado su dispersión a otras zonas de mayor valor ecológico e incluso a espacios naturales protegidos.

 

 

 

Las zonas de monteverde, incluyendo los lugares dentro de ellos con escorrentías, constituyen el hábitat más idóneo para el desarrollo de esta peculiar flora. Al menos 15 especies se hallan casi exclusivamente en estos lugares, destacando por su rareza la bella Culcita macrocarpa, bautizada como helecho colchonero, que en la actualidad se localiza sólo en pequeños y reducidos enclaves de los bosques de Anaga (Tenerife) mejor conservados, cosa que no ocurre en otros archipiélagos macaronésicos septentrionales, donde la abundancia de lluvias y nieblas favorece su desarrollo, llegando a ser común en diversas áreas de Azores y Madeira.

 

En el área natural de la laurisilva y bosques de fayal-brezal llegan a tener un protagonismo de primer orden las especies de gran porte, como el Dryopteris oligodonta, el helecho de monte (Diplazium caudatum) o la espectacular Woodwardia radicans, el mayor de los pteridófitos canarios, cuyos frondes pueden llegar a superar los tres metros de largo, dando nombre a la famosa localidad de El Pijaral en Anaga. Además de estas tres especies, otros helechos de porte relativamente grande llegan a ser frecuentes, o al menos a estar presentes, a lo largo de las zonas menos alteradas del monteverde; destacamos otros representantes de menor porte del género Dryopteris, entre los cuales D. guanchica, con pínnulas dentado-acuminadas, sólo se halla distribuido en nuestro archipiélago por Tenerife y La Gomera, siendo esta última isla la única donde se ha podido localizar otra especie de este grupo, el D. aemula. Algo más pequeño y de frondes más estrechos, está bien representado el Polystichum setiferum, frecuente en varias islas occidentales y raro en El Hierro, mientras que una población de las cumbres de La Palma parece corresponder a su pariente el P. aculeatum.

 

 

 

De porte similar a los anteriores, pero con mayor número de frondes, se halla el helecho hembra (Athyrium filix-femina), relegado a ambientes muy húmedos de laurisilva o cercanías de manantiales. Acompañan en el monteverde otras especies de gran rareza y belleza, como el hermoso helecho rajuño (Pteris incompleta), a veces confundible con la Woodwardia radicans de la que se diferencia fácilmente por su menor porte y por la situación, en el borde, de sus soros. Otra especie más pequeña es el curioso Blechnum spicant, presente sólo en Tenerife y La Gomera, con sus peculiares esporofilos bien diferenciados de los frondes estériles. Tienen igualmente un hábitat terrestre, siendo frecuentes, en varias islas, el ya mencionado Asplenium hemionitis o aún más el A. onopteris. En ambientes similares son más raras otras especies de este género como el A. aureum y el A. lolegnamense, dos tipos de doradillas, o el A. monanthes y A. filare subsp. canariense. Otros taxones se establecen como epífitos aprovechando la alta humedad reinante y las escorrentías sobre los troncos de diversos árboles, incluso en los pinares húmedos. Aquí nos podemos encontrar la vulgar, pero no por ello menos bella, Davallia canariensis o el variable Polypodium macaronesicum, dos de los helechos mejor representados en varias islas, pero también el rarísimo y diminuto Hymenophyllum tunbrigense, relegado a los troncos del tejo (Erica platycodon) en zonas muy bien conservadas y húmedas de Anaga y La Gomera; o incluso igualmente la bella Vandenboschia speciosa, el helecho cristal, miembro de la misma familia que el anterior y caracterizados ambos por ser translúcidos, al tener una sola capa de células en sus láminas, lo cual les confiere un aspecto muy delicado. Se halla distribuida por las islas centro-occidentales. Asimismo, los lugares con mayor escorrentía, manantiales y cauces de pequeños barranquillos bien conservados, donde el agua discurre con frecuencia, se ven caracterizados por la presencia del helecho de raquis negro, el también espectacular Diplazium caudatum, que puede sobrepasar los dos metros de largo.

 

 

Si nos salimos del ambiente húmedo, o hiperhúmedo localmente, del monteverde y ascendemos al pinar, la atmósfera reinante se va haciendo más seca al perderse la influencia de los vientos alisios frescos, de tal forma que, en las vertientes septentrionales de las islas mayores, también va disminuyendo la diversidad de helechos que acompañan a la vegetación dominante. Progresivamente, el número de especies, en particular las de gran porte, decrece rápidamente a medida que nos desplazamos, por ejemplo, a las cumbres palmeras o tinerfeñas. Las más exigentes de la laurisilva, como son las diversas especies de Dryopteris, la Woodwardia, Diplazium, Pteris incompleta o algunos Asplenium, desaparecen casi por completo al igual que la tostonera que a veces tapiza las zonas rocosas inclinadas dentro de estos ambientes, en particular los paredones de los profundos barrancos en sus zonas más frescas y sombrías sin ser especialmente húmedas. Sin embargo, algunas especies bastante resistentes, como el Asplenium onopteris, pueden acompañar al fayal-brezal e incluso a los pinares en sus ambientes secos, al mismo tiempo que otras especies que raras veces vemos en la laurisilva pueden comenzar a hacerse notar, en particular el típico Cheilanthes guanchica u otras especies de Asplenium (A. ceterach y A. octoploideum, también pertenecientes al grupo de las doradillas, y el A. trichomanes) que en general prefieren hábitats rupícolas. En estos ambientes de pinares que aún conservan bastante humedad, donde siguen presentes la Davallia y el Polypodium, comportándose a veces como epífitos, podemos hallar en paredones húmedos el rarísimo Asplenium anceps, caracterizado por su raquis trialado.

 

 

 

Son sin duda las zonas de cumbres donde hallamos la mayor pobreza de helechos, siendo pocas las especies que se arriesgan a soportar tan adversas condiciones, tanto respecto al frío y la nieve invernales como al calor diurno de las estaciones más secas, teniendo que acostumbrarse a un ritmo diurno y anual de variaciones de temperatura bastante alto. A pesar de todo, algunas especies tienen estos ambientes como único hábitat para su desarrollo, en particular el ya comentado Asplenium septentrionale, especie fisurícola de pequeño porte y de frondes muy finos que apenas sobrepasan algunos milímetros de ancho; quizás también el verdadero Asplenium adiantum-nigrum, y es también aquí, dentro del ambiente de las Cañadas del Teide, el único lugar donde se ha encontrado el pequeño Cheilanthes tinaei, de aspecto semejante, aunque de tamaño más reducido, al oloroso Ch. maderensis costero.

 

A pesar de los nuevos estudios que continuamente se llevan a cabo en las islas, su complejidad orográfica y climática hace que el hallazgo de novedades, especies no citadas para las islas, así como especies nuevas sea aún posible. La última de ellas, un pequeño helecho de las zonas centrales de Gran Canaria (Cheilanthes tirajanensis) ha sido propuesto recientemente por Tomás Sánchez. Por otra parte, la complejidad del estudio de los helechos, con una enrevesada genética, donde abundan los poliploides, hace necesario en muchas ocasiones un cuidadoso estudio cariológico para que sus cromosomas den la suficiente información que permita desentrañar las enmarañadas relaciones “familiares†que a veces se pueden encontrar entre ellos. Esto es lo que ocurre con el complejo de especies relacionadas con la doradilla (Asplenium gr. aureum en sentido amplio), que tienen varios parientes tanto en Canarias como en otros archipiélagos y zonas continentales próximas, entre ellas el endémico y poliploide Asplenium octoploideum de las zonas altas de Tenerife y La Palma, o el Asplenium lolegnamense relegado a algunas islas de Canarias y a la de Madeira.

 

 

Es igualmente interesante, y un caso parecido al anterior, la complejidad en el Asplenium filare subsp. canariense, antiguamente considerado como especie endémica (A. canariense), un atractivo y bello helecho de zonas subhúmedas, tanto de pinares como de lugares de monteverde en todas sus manifestaciones, conocido de las islas occidentales, morfológicamente emparentado con el A. aethiopicum subsp. braithwaitii. Teniendo en cuenta lo expuesto, está claro que podemos encontrarnos helechos en todo el archipiélago, incluyendo la isla de La Graciosa y algunos de los islotes, donde se dan condiciones suficientes para la presencia de las especies de Ophioglossum más resistentes a la sequía, en particular O. polyphyllum, o la Cosentinia vellea, para lo cual o bien emiten sus frondes sólo en la época favorable (como ocurre también con Anogramma leptophylla, Cystopteris spp., Davallia, Polypodium y Pteridium), o bien reducen su actividad fisiológica y permanecen, aparentemente secas y muertas, durante las épocas más desfavorables (Asplenium spp., Cheilanthes spp.).

 

Uso popular

 

Dentro de la flora pteridológica destaca por su abundancia y por el uso popular que nuestras gentes han hecho de ella la helechera (Pteridium aquilinum), el más vulgar y abundante de los pteridófitos presentes en Canarias, a veces comportándose como invasor que molesta y perjudica a diversos cultivos como las viñas o adaptándose rápidamente con sus rizomas subterráneos a terrenos de cultivo abandonados o a zonas forestales muy antropizadas (pinares, fayal-brezal). La helechera ha recibido un distinto uso por parte de la población, que en buena medida, y con razón, la considera una buena materia prima para la elaboración de estiércol, por lo que es utilizada como cama del ganado. Además, constituyó durante las duras épocas de la postguerra, de escasos recursos alimenticios, un alimento supletorio, aunque de no muy buena calidad, para elaborar el pan de helecho a base de sus rizomas, que eran pelados, troceados, secados y reducidos a una especie de harina. Aunque en las islas no hay tradición de consumo de sus brotes jóvenes, tóxicos antes de su preparación, es un producto gastronómico aprovechado por la cocina japonesa y probablemente de otros lugares del mundo, ya que esta especie (con varias subespecies) es de amplia distribución mundial, auténticamente cosmopolita. Otros helechos con uso popular, en particular medicinal, son las doradillas comentadas (Asplenium gr. aureum) y la famosa cola de caballo (Equisetum ramosissimum), de tallos finos y articulados, esta última en lugares con escorrentías casi permanentes o en paredes de cultivos bien irrigados, ambas consideradas como diuréticas.

 

 

Aparte de la flora pteridológica espontánea y los helechos ya comentados que se han asilvestrado en las islas (Adiantum, Cyrtomium, Nephrolepis, Psilotum o Pteris spp.), otras especies son cultivadas desde antiguo, entre ellas las particulares y llamativas helechas de a metro (Goniophlebium subauriculatum) o el arborescente y señorial helecho arbóreo, Sphaeropteris (Cyathea) cooperi, originario de Australia. También se cultivan diversas especies de Asplenium, como el A. nidus, de largos y anchos frondes enteros, o el A. viviparum, con frondes muy divididos y portando bulbillos reproductores en los mismos, presentes tanto en macetas como en patios y galerías semisombrías de diversa iluminación.

 

 

Son pues, los helechos, un grupo de vegetales bien representado en el archipiélago que aún precisa de estudios más profundos, varios de ellos con necesidad de que se establezcan medidas de conservación especiales encaminadas a asegurar su ancestral pervivencia, testimonio vivo del remoto origen y evolución de las plantas terrestres.

 

 

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