“No es que lo natural supere moral o metafísicamente a lo artificial: es que lleva más tiempo de rodaje.”
Jorge Riechmann
Agroquímicos y salud
Carlos Nogueroles
Gabinete de Proyectos Agroecológicos
Fotos: FEDAC - Javier López Cepero - Rincones - Autor
Me causa un cierto aturdimiento ocuparme de este tema, ya que el desarrollo de los agroquímicos lleva consigo una historia plagada de horrores que penetran lentamente, y que muestran su verdadero rostro cuando ya no nos los podemos quitar de encima. Es una historia sórdida, con un cúmulo de consentimientos tácitos por parte de la industria y de la administración, pero también de consentimiento de la población y de los agricultores, víctimas y agentes a causa de la ignorancia y la desinformación. Parece que la frase que muchas madres dicen a sus hijos pequeños, “niño, con la comida no se juega”, ha caído en saco roto en los oídos, conciencias y actitudes de muchos ejecutivos de multinacionales agroquímicas, administraciones, productores de alimentos, consumidores... en fin, todos estamos un poco implicados por no mirar o por mirar hacia otro lado.
Para los que nos dedicamos a la agricultura ha surgido siempre como un aguijón en la conciencia, una preocupación a raíz de alguna noticia que saltaba en los medios, ya que es un tema inquietante, casi me atrevería a decir que primordial. ¿Cómo pudimos estar tan ciegos, cómo arriesgamos nuestra salud tan alegremente y la de nuestros clientes, cómo lo consentimos? Probablemente porque nuestra salud no le importa a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.
La historia de un atentado masivo
No voy a abusar de su paciencia lectora enumerándoles la cantidad de hechos que han ido constatando poco a poco la introducción de sustancias no deseadas en nuestros cuerpos; desde las anécdotas que recuerda la gente, como aquella practicante de un pueblo de la sierra de Huelva que me contaba que, al día siguiente de pasar la avioneta que fumigaba contra la mosca del olivo, tenía la consulta llena de niños afectados de mareos y toses extrañas; o los testimonios estremecedores de la gente afectada por el Nemagón en Nicaragua; o las tomateras en Gran Canaria, con porcentajes más altos que la población no agrícola de incidencia de cáncer de mama; pero también los afectados en un pueblecito de Paraguay por un vertido de semillas tratadas con un batiburrillo de pesticidas “protectores” y que tan bien describió Carlos Amorín en su libro Las semillas de la muerte, hasta los trabajos esclarecedores de gente como Miquel Porta o Nicolás Olea en nuestro país y Luis Domínguez-Boada y Manuel Zumbado en la comunidad canaria. Todos señalan una evidencia que se repite a lo largo y ancho del planeta: nos han envenenado y nadie pagará por ello.
La historia de cómo se ha ido introduciendo el veneno en nuestro cuerpo ha estado unida a una cierta veneración tecnológica y un excesivo optimismo en cuanto a las consecuencias de su uso, ambos igual de nefastos, que sólo indican el grado de inconsciencia de la sociedad en general. ¿Quién sabía lo que nos podía pasar? Pues aquellas personas que trabajaban con los productos, o sea los fabricantes, que están sujetos a intereses comerciales y son poco proclives a consideraciones que afecten a sus ventas. Éstos, a pesar de comportarse como delincuentes comunes, tienen cierta explicación, pero ¿qué pasa con los técnicos que los recomendaron, con los responsables de la sanidad pública que autorizaron todos los productos que, afortunadamente, van desapareciendo de la circulación? Ellos dicen que no se tenían evidencias de su perniciosidad.
Una industria que provenía de una estructura anterior que se dedicaba a fabricar armas químicas no deja de ser sospechosa, pero hay que reciclar. Evidentemente, de una bomba no se tienen evidencias del daño que hace hasta que explota, pero a nadie se le ocurre probar sus consecuencias con humanos. Existe el principio de precaución: la mera sospecha de que pueden ser nocivos basta para que no se autoricen, y esas sospechas han estado desde hace tiempo sobre la mesa; muchas voces que no fueron escuchadas. Todos esos funcionarios que ayudaron con sus autorizaciones a poner en circulación una serie de venenos deberían estar bajo sospecha, pero ¿quién revisará cómo se otorgaron esas autorizaciones para pedir responsabilidades?
Una defensa ignorada, aplastada
La lucha contra el envenenamiento masivo de gran parte de la población para enriquecer a unas pocas multinacionales químicas tiene muchos precursores anónimos y públicos, gente que levantó su voz aunque tuviera poca repercusión mediática. El pistoletazo de salida lo dio Rachel Carson con su Primavera silenciosa (1962), el primer libro sobre este tema escrito con un carácter científico irrefutable, en el que se advertía claramente de las consecuencias irreversibles y acumulables de los pesticidas organoclorados. Ya en esas fechas indicaba claramente: “Por primera vez en la historia del mundo, todo ser humano está ahora sujeto al contacto con peligrosos productos químicos de síntesis desde su nacimiento hasta su muerte. En menos de dos décadas de uso, los plaguicidas sintéticos han sido tan ampliamente distribuidos a través del mundo que se encuentran virtualmente en todas partes”. Este libro, junto con otro anterior, El mar que nos rodea, (1951), donde ya describía el calentamiento del mar y la dinámica de las corrientes marinas, hace de esta mujer un icono del movimiento ecologista. Sólo ellos le hicieron caso, incluso empezaron a organizarse, aterrados por las consecuencias de los hechos que describía.
Tampoco abusaré de su paciencia describiendo exhaustivamente esta lucha en contra de los pesticidas, ya que son numerosas las voces que han pretendido advertir de las consecuencias de su uso y de la ingestión de alimentos tratados con ellos. Se puede resumir comentando que la lucha ha sido dura, heroica y, en muchos momentos, desesperadamente infructuosa. Ha costado muertos y mucho sufrimiento. En su homenaje se celebra el Día Internacional en Contra de los Plaguicidas el 3 de diciembre, aniversario de la tragedia de Bhopal.
Y, de verdad, ¿son malos?
Aparte de las intoxicaciones por manipulación de insecticidas que sólo afectan a los trabajadores agrícolas (en muchos países, un porcentaje importante de la población), son los efectos crónicos en la salud los que se incrementan en nuestros cuerpos a medida que los vamos ingiriendo con nuestros alimentos.
Neurotóxicos
Los insecticidas organofosforados y carbamatos son neurotóxicos. Pueden causar problemas crónicos o retardados en el sistema nervioso central y en el sistema nervioso periférico de animales y humanos. Generalmente las secuelas crónicas se presentan después de años de estar en contacto con estos plaguicidas, aunque sean concentraciones muy bajas.
Cáncer
Sobre su incidencia en el cáncer han existido múltiples controversias, pero hay tres líneas de investigación que evidencian fuera de toda duda la relación entre fitosanitarios y cáncer: los cultivos de células en laboratorios que muestran los cambios en los cromosomas, los estudios de animales en laboratorios y los estudios epidemiológicos en poblaciones humanas. Generalmente los fitotóxicos pueden actuar por medio de tres mecanismos:
• Causando efectos genotóxicos, es decir cambios en el material genético o ADN.
• Siendo promotores del cáncer, causando la fijación y proliferación de células anormales. Este proceso puede incluir efectos hormonales.
• Debilitando el sistema inmunológico.
No todos los pesticidas provocan cáncer, aunque un solo plaguicida puede activar más de un mecanismo que pueda desarrollar tumores. Hoy en día existen listas en todos los países con los pesticidas carcinógenos. Algunos siguen utilizándose.
Daños en el sistema inmunológico
La exposición a ciertos plaguicidas puede deprimir el sistema inmunológico, que nos protege de enfermedades producidas por bacterias, virus, parásitos, así como de la acción de células cancerígenas y sustancias tóxicas. Es decir, nos dejan desarmados. El sistema inmunitario humano es el resultado de la actividad de diversas células en los glóbulos blancos de la sangre, millones de linfocitos de diversos tipos que se ocupan de nuestra defensa frente a agresiones externas. Estudios con cultivos de células, con animales silvestres y observaciones clínicas evidencian la afectación del sistema inmunitario por parte de ciertos plaguicidas.
Trastornos reproductivos
Más sobrecogedores son los efectos que tienen en la reproducción y en el desarrollo fetal. Las historias se repiten como las escenas de miedo en una mala película de terror. Los trastornos más generales son:
• Muerte del feto.
• Malformaciones.
• Abortos espontáneos.
• Bajo peso de los niños al nacer.
• Atraso en el crecimiento fetal.
• Alteraciones en sus cromosomas.
• Reducción del tiempo de lactancia.
• Contaminación de la leche materna.
Este último efecto tiene consecuencias realmente injustas. La toxicidad de un producto muchas veces se mide por la proporción de un tóxico respecto al peso del individuo afectado. Muchos tóxicos se acumulan en las partes grasas, y la leche materna lo es. Las cantidades acumuladas no son tóxicas para las madres ya que su peso es alto, pero cuando pasan al niño recién nacido, son suficientes para hacerle daño, a veces irreparable.
También como un trastorno de la reproducción hay que contar los problemas que producen en la fertilidad humana, que afectan sobre todo a la población masculina con la reducción del número de espermatozoides viables, citados multitudinariamente, en todos los países del mundo, para un buen número de productos. Hay estudios que reportan una disminución de hasta el 50 % en el número de espermatozoides respecto a los registros obtenidos en 1930, cuando todavía no nos habíamos contaminado. En muchos casos acompañados de criptorquidia, o no descenso testicular.
Alteraciones hormonales
En los últimos tiempos, esta investigación ha tenido una gran relevancia ya que algunos pesticidas se han revelado como “disruptores endocrinos” (interfieren en la secreción de hormonas), como “xenobióticos estrogénicos” (mimetizan los efectos de los estrógenos) o contaminantes de la regulación hormonal variando los niveles normales. A partir de la publicación de Nuestro futuro robado por Colborn y su equipo quedó claro que muchas sustancias introducidas en el entorno por la actividad humana (no sólo pesticidas, sino también otros productos químicos) pueden perturbar el sistema endocrino de los animales, incluidos los peces, la fauna salvaje y los humanos. Las consecuencias de esta perturbación pueden ser profundas, dado el fuerte papel que juegan en el desarrollo corporal y en el desarrollo de las especies.
¿Dónde están?
Bueno, ya que no somos agricultores no debemos preocuparnos, pensaron algunos, pero lo cierto es que lo producido por los agricultores ha sido nuestra principal fuente de adquisición de pesticidas: la comida.
En enero de 2005 se publica que más del 10 % de los alimentos adquiridos en comercios minoristas tiene restos de plaguicidas, y estos compuestos tóxicos se concentran sobre todo en la fruta. Éstas son las principales conclusiones de un estudio español que se publicó en el número de enero de 2005 de Gaceta sanitaria, realizado por Ángel Vicente y Joan R. Villalbí, entre otros investigadores de la Agencia de Salud Pública de Barcelona y de la Fundación Joan Costa-Roma del Consorcio Sanitario de Terrassa (Barcelona).
En septiembre de 2006 ADENA/WWF publicó otro informe titulado Los alimentos: un eslabón más en la cadena de contaminación química, en el que se comentaba:
“Durante los últimos años se han generado datos en España y otros países de Europa que demuestran que la exposición humana a sustancias químicas contaminantes ambientales es mucho más frecuente de lo que se esperaba. Por ejemplo, la información obtenida sobre la exposición materno-infantil a compuestos químicos tanto de uso histórico como actual, a través del estudio de las placentas y la sangre del cordón umbilical, sugiere que la alimentación de la madre juega un papel primordial en la exposición de su descendencia. La impregnación de las madres ocurre, fundamentalmente, por vía alimentaria y es inadvertida, continuada y acumulativa. Como nuestro objetivo debe ser preservar la salud de la infancia, deberíamos prestar una mayor atención a la alimentación de la mujer tanto antes como durante el embarazo, evitando la ingesta de alimentos conteniendo residuos de compuestos químicos para los que se ha demostrado toxicidad”.
COPs, no se amontonen que hay para todos
Entre 1997 y 2000 se negoció, en el marco de la PNUMA de las Naciones Unidas, lo que posteriormente se concretaría en el Tratado de Estocolmo en 2001. En él se trataba de reducir o eliminar doce contaminantes específicos (la famosa docena sucia) entre los que se encuentran nueve pesticidas de uso común hasta fechas cercanas. Fue a partir de un célebre encuentro en junio de 2004 de ministros europeos medioambientales, a los que se analizó la sangre en busca de compuestos orgánicos persistentes (COP), dando como resultado que ninguno estaba libre de ellos, cuando saltó a la opinión pública el hecho de que ninguno de nosotros está libre de esos compuestos. Se alertó a los ciudadanos europeos sobre la presencia en su sangre de un total de 103 productos químicos. El resultado final fue la detección de un total de 55 agentes en la sangre de los ministros. El menos contaminado dio positivo a las pruebas en 33 casos; el peor resultado fue de 43. La media se sitúa en 37. Entre los productos encontrados están algunos utilizados para la fabricación de sofás ignífugos, sartenes anti adherentes, cajas de pizzas resistentes a las grasas, PVC, aromas y pesticidas. De esta reunión salió el Reglamento 850/2004 sobre COP, que regula su uso más restringidamente. En nuestro país se estableció el Plan Nacional de Aplicación del Convenio de Estocolmo sobre COP, en el que se toman medidas precautorias sobre 26 familias de compuestos químicos.
La actualidad en nuestro país, en nuestra tierra
Si poca es la información en cuanto a los alimentos, mayor es nuestra ignorancia sobre los niveles de COP en la población española. Y lo poco que se sabe no es tranquilizador: la inmensa mayoría de las personas estudiadas tiene concentraciones apreciables de COP. Lo habitual es detectar DDE, PCB, hexaclorobenceno y compuestos relacionados con el lindano en un 80 % o un 90 % de la población.
Incluso en los recién nacidos la acumulación de residuos en tejido graso durante la vida de la madre es una fuente de exposición para el hijo desde la concepción, durante la gestación y a través de la lactancia. Así lo indican estudios como los de Nicolás Olea en Andalucía y Jordi Sunyer y Joan Grimalt en Cataluña: en la práctica totalidad de recién nacidos se detecta DDE, hexaclorobenceno y PCB.
Precisamente en el último trimestre de 2009 apareció un libro coordinado por Miguel Porta, Elisa Puigdomènech y Ferran Ballester en el que, con el título Nuestra contaminación interna, se presenta una síntesis panorámica de los resultados de los mejores estudios sobre los niveles que en la población española alcanzan los principales compuestos tóxicos persistentes. Con la salud pública como eje vertebrador, el libro quiere propiciar la información y la reflexión sobre los significados, implicaciones y soluciones de dicha contaminación; una reflexión que debe ser culturalmente imaginativa, moralmente valiente, técnicamente innovadora y siempre respetuosa con los hechos y las incertidumbres que desvela la investigación científica.
¿Y Canarias?
Que Canarias es la región española donde más pesticidas por hectárea cultivada se han aplicado de todo el territorio nacional es un dato sabido y, desde luego este primer puesto en el ranking de los más sucios en la producción de alimentos no ha dejado de pasar factura. En 1998 un estudio realizado por la Unidad de Toxicología de la Universidad de Las Palmas, “en base a 682 muestras de sangre, muestra que se considera representativa de la población canaria, determina la presencia del DDT y su principal derivado el DDE en el 99’3 % de los casos. El estudio cuantitativo de la presencia de residuos de estos compuestos en la sangre humana indica la exposición pasada y presente a los mismos. Se demuestra que el conjunto de la población canaria presenta unos niveles similares a la media europea y que sigue existiendo una exposición a este producto en nuestros días. Sin embargo, estos niveles resultan muy superiores en los habitantes de Tenerife y Gran Canaria. Los niveles de DDT y DDE aumentan con la edad y son mayores en mujeres (sobre todo en las mayores de 20 años), que en hombres. A este respecto, conviene recordar que el DDT se ha relacionado con el cáncer de mama y que Canarias presenta una alta mortalidad por este tipo de cáncer, por lo que los autores del estudio apuntan una posible relación entre ambos aspectos”. Este fue el primer estudio epidemiológico que se realizó en España, dentro de una encuesta llevada a cabo por la administración, y sus resultados se mantuvieron discretamente apartados del interés del público durante varios años. A éste siguieron otros estudios poblacionales realizados en líquido amniótico y células de mama con el objetivo de evaluar el grado de contaminación de la población canaria. Y de cara al futuro, en mayo de 2009 aparecía este titular: “El 70 % de las embarazadas canarias presenta pesticidas”. El trabajo es fruto de una colaboración multidisciplinar en la que participan el Grupo de Investigación en Medio Ambiente y Salud de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), los departamentos de Toxicología y Ginecología del Hospital Universitario de Canarias (HUC) y el Instituto Canario de Investigación del Cáncer (ICIC).
En abril de 1993, Diario de Las Palmas publicaba un artículo sobre las investigaciones realizadas por científicos del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, en las que se demostraba que las mujeres expuestas al DDT tenían cuatro veces más riesgo de contraer cáncer de mama. Aunque el DDT fue prohibido en España en 1977, su erradicación tardó algunos años más, ya que la prohibición total no llegó hasta 1994, como indica el informe MAD del CSIC.
Ahora se abren otras posibles líneas de trabajo, como el estudio de la aparición de la hiperactividad en niños, el cáncer o la diabetes. También hay que determinar la causa de esta gran cantidad de tóxicos en el líquido amniótico. Las posibilidades son que tenga que ver con su gran persistencia en el medio ambiente, que haya una relación con el uso que se ha hecho de la agricultura intensiva o, incluso, que algunos de estos productos hayan llegado por el aire desde la cercana África, donde se utilizan sin control. Éstas son las opciones, al menos, que ha expuesto en varias ocasiones el responsable de Medio Ambiente y Salud de la ULPGC, el Dr. Luis Domínguez-Boada, también director de los citados estudios. Otra línea de trabajo que se está llevando a cabo es la relación entre los niveles de plaguicidas en la población rural y los hábitos de vida. Aunque es un estudio no publicado aún, se han analizado unas 400 muestras y se ha detectado que en el 99 % de las mismas había compuestos tóxicos persistentes, como organofosforados, piretrinas y otros contaminantes. Además, en otra línea, se van a comparar las muestras obtenidas en agricultores con las de la población en general.
Y ¿qué han hecho nuestras autoridades?
Después de que saltara a la opinión pública el desastre que suponía el descontrol con que la industria química actuaba y de que las evidencias se acumularán en los pasillos, el Parlamento y el Consejo Europeo deciden tomar cartas en el asunto y en diciembre de 2006 redactan un nuevo reglamento (R/CE 1907/2006) y una nueva directiva (2006/121/CE) en las que se crea la Agencia Europea de Sustancias y Preparados Químicos y se crea el sistema REACH, relativo al registro, la evaluación, la autorización y la restricción de las sustancias y preparados químicos. Pretenden mejorar la protección de la salud humana y del medio ambiente manteniendo al mismo tiempo la competitividad y reforzando el espíritu de innovación de la industria química europea. Obligan a que sólo se utilicen productos que no afecten a la salud humana o al medio ambiente, y para ello establecen un registro único para toda la U.E. que obliga a compartir toda la información que se conoce sobre cada sustancia, siendo la agencia recién creada la encargada de evaluar y autorizar los productos. Las medidas entraron en vigor el 1 de junio de 2007 con el fin de racionalizar y mejorar el marco legislativo anterior sobre sustancias y preparados químicos de la Unión Europea. REACH atribuye una mayor responsabilidad a la industria para gestionar los riesgos para la salud y el medio ambiente que puedan generar las sustancias y los preparados químicos. Todavía es pronto para evaluar su actuación y eficacia.
El 24 de noviembre de 2009 aparecieron la directiva por la que se establece el marco de la actuación comunitaria para conseguir un uso responsable de los plaguicidas y el reglamento relativo a la comercialización de productos fitosanitarios que será aplicable a partir del 14 de junio de 2011. En ellos se dan algunos esbozos de buena voluntad para mejorar los sistemas de control sobre los pesticidas y, aunque está lleno de excepciones y autorizaciones provisionales, es un primer paso para poner orden en una reglamentación farragosa (se derogan 58 directivas y 2 reglamentos). Lo único que me atrevo a señalar es que su aplicación real se presenta difícil.
En nuestra comunidad
El glifosato es un aminofosfonato que actúa inhibiendo una enzima responsable de la formación de aminoácidos aromáticos imprescindibles para la vida vegetal. Aparentemente no debería de afectar a la salud humana, y así se considera actualmente, ya que su uso sigue permitido. Sin embargo, estudios de toxicidad revelaron efectos adversos en todas las categorías estandarizadas de pruebas toxicológicas de laboratorio en la mayoría de las dosis ensayadas: toxicidad subaguda (lesiones en glándulas salivales), toxicidad crónica (inflamación gástrica), daños genéticos (en células sanguíneas humanas), trastornos reproductivos (recuento espermático disminuido en ratas; aumento de la frecuencia de anomalías espermáticas en conejos), y carcinogénesis (aumento de la frecuencia de tumores hepáticos en ratas macho y de cáncer tiroideo en hembras). Pero el principal problema son los coadyuvantes, sustancias que acompañan a la materia activa en la formulación del herbicida: estos supuestos ingredientes inertes producen, efectivamente, síntomas constatados y efectos indeseables que además se sinergizan entre ellos o con la materia activa.
Se han desarrollado alimentos transgénicos resistentes al glifosato y, aparte de la polémica existente en cuanto a su inocuidad per se y sus posibles daños al medio ambiente, está el hecho de que la mayor parte de estos alimentos llega con trazas de glifosato al mercado, sobre todo alimentos industriales fabricados con soja y maíz, como, por ejemplo, nuestro gofio, que, además de transgénico, puede tener glifosato.
Desde hace un tiempo, una serie de colectivos ciudadanos denuncian el uso indiscriminado del glifosato en las carreteras pertenecientes a los cabildos, es decir la mayoría, y exigen que cese la fumigación con este producto, incluyendo también a varios ayuntamientos que hacen uso indiscriminado del mismo, al tiempo que solicitan determinados informes que, de momento, no hemos visto. Un informe que sí hemos visto lo realizó Muñoz-Carpena en el ICIA en el año 1998 e indicaba, entre otras cosas, que, efectivamente, el glifosato se encuentra ya en algunos de nuestros acuíferos. Que cabildos y ayuntamientos lo empleen en parques, donde juegan los niños, y vías de comunicación, que son los mayores colectores de aguas pluviales, se me antoja desagradablemente irresponsable.
Conclusión
Sólo hemos querido apuntar los daños a la salud humana que ha propiciado el uso de pesticidas. Quedarían por considerar los daños ambientales, ecológicos, económicos, que se han estudiado y que serían, a buen seguro, muy pesados para digerir. Con todos estos datos se abren muchas preguntas que los científicos deberán contestar en los próximos años: ¿Qué relación tiene la presencia de contaminantes en la población con la aparición de ciertas enfermedades?, ¿qué se puede hacer para evitar que estos productos lleguen a los seres humanos? Y, además, se constata que la aprobación de los nuevos productos químicos tiene que ser mucho más meditada y realizarse con un análisis exhaustivo de la pervivencia en el medio ambiente para, así, evitar problemas posteriores, ya que: “Aunque la gente está expuesta a dosis muy bajas, hay mucha gente expuesta durante décadas y entonces sí que se ve el efecto en la población. Es probable que dentro de 10 ó 15 años veamos una proliferación de tumores en Almería por el uso intensivo de plaguicidas que hace 20 años no estaban. El País Vasco y Galicia han tenido depósitos de lindano al aire libre durante décadas y eso se refleja. Alguien paga esas cosas, a veces 20 años después”.
Ciertamente, los actuales niveles de COP en humanos son producto de décadas de ingenuidad, ignorancia, mercantilismo y abuso tecnológico; en suma, de un determinado modelo de desarrollo. Y por supuesto, del largo tiempo de vida media que tiene la mayoría de los compuestos. Hay también buenas razones para preguntarse si los alimentos, piensos, grasas y derivados que importamos están libres de COP. Por ejemplo, el DDT se sigue detectando en muchos alimentos que consumimos.
En todo ello, ¿qué papel pueden tener los controles locales? Es una cuestión especialmente difícil, pues muchos COP viajan por todo el planeta, por la atmósfera, las aguas y el suelo, pero también por los canales internacionales de comercialización de compuestos químicos, piensos y alimentos. De modo que tenemos contaminación por COP sin fronteras y para rato. Es difícil pensar en otro proceso que sea a la vez tan genuinamente global y multidimensional por sus causas y consecuencias químico-biológicas, económicas, ecológicas y culturales.
La contaminación humana por compuestos tóxicos persistentes es una de las características más definitorias y sin embargo ignoradas de nuestra sociedad. Hoy la exposición a estos compuestos –fundamentalmente plaguicidas y residuos industriales– empieza en el vientre materno y se prolonga durante toda la vida. Las personas nos exponemos a ellos prácticamente sin advertirlo, apenas los podemos eliminar y la acumulación corporal aumenta paulatinamente con la edad. Los conocimientos científicos y las incertidumbres acerca de sus efectos nocivos sobre la salud son motivo de preocupación razonada en todo el mundo.
Entrevista
El Dr. Luis Domínguez-Boada es toxicólogo, director del Grupo de Investigación en Medio Ambiente y Salud de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, y los trabajos realizados por su grupo están considerados pioneros con respecto a otras comunidades autónomas, ya que empezaron con ellos en 1998 y en la actualidad tienen un gran bagaje de muestras tomadas en nuestras islas. Amablemente contestó a algunas preguntas que le formulamos:
P: ¿Cree usted que Canarias, por el tipo de agricultura realizada en la última mitad del siglo XX y por los productos que se han utilizado en su desarrollo, ha sufrido con especial incidencia los efectos de los COP en su población o los porcentajes de afectados y el tipo de productos se asemejan al resto de la nación?
R: Aunque en líneas generales podemos decir que la población canaria muestra unos niveles de contaminación química similar a la mostrada por otras poblaciones, no cabe duda de que la población canaria, por sus características geográficas y socioculturales, presenta una serie de elementos diferenciadores que la hacen especialmente sensible y susceptible de sufrir esta “contaminación inadvertida”.
Obviamente, la agricultura “intensiva”, que sigue un modelo “industrial” y de alta rentabilidad económica, que se extendió por toda Canarias en el pasado siglo, ha sido la causa fundamental de los elevados niveles de contaminación medioambiental y, por tanto, poblacional que tenemos actualmente en nuestras islas.
Este tipo de agricultura obligada al uso abusivo de plaguicidas para mantener niveles de competitividad económica, produjo, a mi juicio, dos efectos devastadores fundamentales:
Por un lado, familiarizó al agricultor y a la población con estos productos, originándose un mentalidad común de “inocuidad” y “necesidad” de los mismos, lo que originó que su uso abusivo se extendiera también a las zonas de las islas en donde se mantenía una agricultura tradicional y familiar (dedicada sobre todo al autoconsumo) y que se incrementaran las intoxicaciones accidentales (que muchas veces no se diagnosticaban ni trataban).
Y, por otro, produjo una llegada masiva de contaminantes químicos, de alta estabilidad y difícil degradación, al medio ambiente de las islas. En los ecosistemas isleños la capacidad de regeneración es mucho menor que en otros ecosistemas. Así, dados el tipo de suelos (volcánico) y el clima de las islas (escasez de lluvias y torrencialidad de las mismas cuando las hay), con una alta perforación del suelo isleño para obtener recursos hídricos (pozos y galerías), rápidamente se produjo una saturación de los suelos que desembocó en la aparición de los contaminantes en las aguas y su incorporación a la cadena alimentaria a través de los productos de origen vegetal, primero, y luego animal, hasta alcanzar a la especie humana.
P: ¿Influiría en esta contaminación también el hecho de que sólo un porcentaje mínimo de la alimentación de los canarios esté producida en Canarias? En caso afirmativo, ¿se están estudiando los efectos de los principales tratamientos postcosecha utilizados en las plantas de empaquetados.
R: De nuevo, nuestra condición de islas, turísticas y superpobladas para más inri, nos juega una mala pasada. En el mundo “global” en que nos movemos todos los alimentos viajan de un lado a otro del planeta, y nuestras peculiaridades geográficas y socioculturales hacen que importemos la mayor parte de los alimentos que consumimos. Y, actualmente, gran parte de los alimentos que llegan a las mesas del “primer” mundo proceden de países en vías de desarrollo, en los cuales, para mantener precios competitivos y rentabilidad económica, se han instaurado modelos de agricultura intensiva con un elevado uso de productos fitosanitarios. Este hecho “iguala”, al menos parcialmente, a todas las poblaciones del planeta en cuanto a sus niveles de exposición a contaminantes químicos.
En lo concerniente a la pregunta relativa a la realización de estudios tendentes a evaluar los efectos sobre la salud inducidos por productos químicos empleados en las plantas de empaquetado, la respuesta es No. Actualmente no se realizan estudios sistemáticos que evalúen el potencial efecto perjudicial que puedan tener estos compuestos sobre la salud de la población. Las administraciones públicas sólo evalúan los efectos tóxicos agudos que puedan inducir intoxicaciones en la población laboralmente expuesta. En el campo de la toxicidad crónica, los estudios parten de grupos de investigación aislados que de forma voluntariosa pero poco coordinada tratan de evaluar los efectos inducidos por exposiciones a muy bajas concentraciones pero durante periodos de tiempo largos (exposición alimentaria de la población general).
P: ¿Cree que el sistema REACH, de vigilancia y control sobre los productos químicos de nuestra industria, que puso en marcha la Unión Europea en 2007 y entró en vigor en julio de 2008, se está implantando con la disciplina requerida para frenar la circulación de sustancias no deseadas en el medio ambiente, o se puede considerar como un lavado de cara de nuestras instituciones que la industria toreará hábilmente para evitar su total aplicación?
R: En mi opinión el sistema REACH, que ha sido ampliamente “recortado” en sus aspiraciones iniciales por la industria química, en cualquier caso es sólo un primer paso para intentar controlar el uso de estas sustancias. Este tipo de sistemas de vigilancia y control son absolutamente necesarios, pero por sí solos no servirán de mucho. Para que se muestren realmente efectivas, las acciones de este tipo han de ir acompañadas de medidas legislativas medioambientales, alimentarias y sanitarias restrictivas sobre su uso.
P: Miremos el futuro: un porcentaje muy alto de nosotros contiene COP en su organismo. ¿Qué debemos hacer para que no se acumulen más? ¿Y para que disminuyan? ¿Cómo protegemos a nuestros hijos?
R: Toda la población tiene COP, y éstos, por sus propiedades físico-químicas son de muy difícil eliminación o degradación en nuestro organismo. Por ello, hemos de considerar nuestra “carga química” como algo muy nuestro y que moriremos con ella. A medida que pase el tiempo y varias generaciones evitemos la llegada de nuevos COP al medio ambiente, iremos “limpiando” un poco nuestro planeta. Por ello, la única manera de proteger a nuestros hijos es implantar un estilo de vida más sostenible minimizando la llegada de productos químicos al medio ambiente. Sin embargo, la química ofrece a la especie humana tal grado de confort que soy muy pesimista al respecto. Actitudes tales como la universalización de la agricultura ecológica redundarían en una disminución de la carga de contaminantes liberados al medio, pero a día de hoy la mayoría de los COP de nueva generación no son productos fitosanitarios sino contaminantes de origen industrial. Por ello el cambio de modelo de crecimiento y desarrollo es crucial.
P: En un viejo libro de 1991, Las cuentas de la Tierra, Frances Cairncross hablaba de lo imprescindible que es hacer pagar a los contaminadores para que la perversa, por su elasticidad, economía de mercado, ajuste y evite los daños sociales que la contaminación de cualquier tipo puede causar. ¿Estamos ante una serie de casos en que efectivamente el mercado se impondrá a los poderes públicos, que representan a la sociedad teóricamente, y nadie pagará –o mejor dicho la sociedad pagara a través de sus impuestos– los hospitales para tratar los cánceres o cualquier otra enfermedad provocada por sus contaminantes mientras se han hecho ricos vendiendo venenos?
R: En el mundo actual en el que sólo se valora lo inmediato, creo que es impensable que se haga pagar a ninguna persona, empresa o institución por algo que nos afecta a largo plazo y de forma silenciosa. Sólo la concienciación ciudadana y la asunción individual de posturas ambiental y ecológicamente sostenibles, nos permitirá disminuir, en el futuro, la exposición de la población a contaminantes ambientales y, por tanto, reducir sus efectos perjudiciales.
Algunos consejos para el consumidor
1. Lo más recomendable es elegir alimentos ecológicos, que están prácticamente libres de plaguicidas (a veces se encuentran cantidades insignificantes debido a que se han utilizado cajas, contenedores o medios de transporte usados antes con cultivos convencionales). Conviene especialmente que sean ecológicas las variedades “cóctel” (pimientos, tomates, uvas, fresas...) y, en general, las frutas con pepitas o hueso, como las nectarinas, los melocotones, las manzanas o las peras. Las hortalizas más contaminadas son las espinacas, el apio, las patatas y los pimientos. Los vegetales ecológicos también son la elección más recomendable para mujeres embarazadas, lactantes y niños, pues es necesario proteger los sistemas nervioso, endocrino e inmunitario durante su etapa de formación, cuando son más vulnerables.
2. Si se opta por los productos de cultivo intensivo, hay que elegir frutas y verduras de temporada. Son los que suelen estar más limpios, especialmente el brécol, los guisantes, el aguacate, las piñas y los mangos.
3. Antes de comer, lavar bien. Parte de los plaguicidas se acumulan sobre la piel del alimento, que también puede estar recubierta de ceras que mejoran su aspecto (les confieren brillo). Es eficaz lavar con un cepillo especial. En el caso de las hortalizas de piel fina, conviene pelarlas. En cualquier caso, siempre quedará una proporción de plaguicidas sistémicos que han llegado hasta la pulpa.
4. En las verduras de hojas grandes conviene eliminar las hojas exteriores. No sólo acumulan plaguicidas, sino que también recogen los metales pesados transportados por el aire, como el cadmio y el plomo.
Hitos contra la industria química
1954: Rachel Carson publica su Primavera silenciosa, pistoletazo de salida de una resistencia desgraciadamente poco eficaz, de la que ya hemos hablado.
Nemagón: En 1954 y 1955, Shell y Dow Chemical, aunque sabían que el DBCP produce esterilidad y alteraciones en los testículos por ensayos realizados con ratas, como se descubrió posteriormente, registran su producto ante la EPA. Se comercializó antes de que se completaran los estudios toxicológicos, que fueron publicados en 1961. En 1977 un sindicato agrario dio a conocer otros estudios donde se ratificaban sus efectos nocivos en el sistema reproductor masculino. En 1979 la EPA cancela la licencia de uso del DBCP en territorio de los Estados Unidos, excepto para la piña en Hawaii y permitiendo su exportación a otros países. En 1990 un grupo de abogados inicia un juicio colectivo contra las empresas fabricantes y contra las multinacionales que lo aplicaban en otros países (Dole, Del Monte, Chiquita) por haber causado daños severos a más de 26.000 trabajadores de las plantaciones de piña y plátano de 12 países del Caribe, América Central, África y Filipinas. En 1998 asesinan a Medardo Varela, dirigente de los trabajadores bananeros en Honduras, por su oposición al empleo de este y otros pesticidas. En 2001 en Nicaragua se empezó otro juicio con una demanda de 1.000 millones de dólares por 3.600 trabajadores expuestos al Nemagón, juicio que aún en estas fechas trae cola. Después de diez años de haberse prohibido su uso, se encontraron miles de pozos contaminados en el estado de California. La ciudad de Fresno, una de las afectadas, entabló un juicio contra las empresas productoras por no haber informado de sus efectos a los ciudadanos. Vicente Boix lo cuenta en su libro El parque de las hamacas, subtitulado El químico que golpeó a los pobres. La mayor parte de los afectados no han recibido indemnización.
1982: Se crea la Pesticide Action Network (PAN), una red internacional que se dedica a denunciar todas las violaciones y abusos realizados en el mercado de pesticidas. Cuenta con más de 600 organizaciones no gubernamentales, instituciones e individuos que en más de 90 países trabajan para reemplazar el uso de plaguicidas peligrosos por alternativas ecológicamente sanas y socialmente justas, y cuenta con cinco centros regionales independientes colaboradores que llevan a cabo sus proyectos y campañas.
Bhopal: El 3 de diciembre de 1984 la factoría química de Union Carbide India Limited, situada en Bophal (India) y donde se fabricaban distintos pesticidas, tiene una fuga de gases formada mayoritariamente por isocianato de metilo, cianuro de hidrógeno y monóxido de carbono, lo que causa entre 16.000 y 30.000 muertos entre unos 550.000 afectados y personas desplazadas. Las únicas víctimas indemnizadas han sido las muertes iniciales, que recibieron cantidades entre 560 y 2.240 dólares cada una. A la empresa sólo le costó 470 millones de dólares. A más de 20 años de la tragedia, los alrededores de Bhopal todavía siguen contaminados. Javier Moro y Dominique Lapierre novelaron esta tragedia con su acostumbrado afán documentalista en su maravillosa Era medianoche en Bhopal.
Theo Colborn: Esta zoóloga especialista en sustancias que trastornan el sistema endocrínico y sus colaboradores publican en 1997 Nuestro futuro robado, en el que describen la pérdida de fertilidad y el papel como disruptores endocrinos que juegan algunos pesticidas, alertando sobre las consecuencias que esto tiene para generaciones venideras. A partir de aquí se disparan las alarmas en las instituciones y empiezan a revisarse las políticas respecto a los productos químicos.
Bibliografía básica
Amorín, Carlos. Las semillas de la muerte: basura tóxica y subdesarrollo: el caso Delta&Pine. Madrid: Los libros de la Catarata, 2000.
Bejarano González, Fernando. La espiral del veneno: guía crítica ciudadana sobre plaguicidas. Texcoco (México): Red de Acción sobre Plaguicidas y Alternativas en México (RAPAM), 2002.
Boix Bornay, Vicent. El parque de las hamacas: el químico que golpeó a los pobres. Barcelona: Icaria, 2007.
Colborn, Theo; Meyers, John Peterson; Dumanoski, Dianne. Nuestro futuro robado. Barcelona: Eco España, 1997.
Lapierre, Dominique; Moro, Javier. Era medianoche en Bhopal. Barcelona: Planeta, 2004.
Porta, Miquel; Puigdomènech, Elisa; Ballester, Ferran. Nuestra contaminación interna. Madrid: Los Libros de la Catarata, 2009.
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