La biodiversidad agrícola:

valorizar nuestras producciones
y a nuestros agricultores

 

La biodiversidad agrícola es un concepto que puede contribuir a definir un poco más nuestra propia identidad, pero sobre todo puede ayudar a diferenciar los productos que están más adaptados a las condiciones de los agrosistemas locales. No es extraño que a las variedades propias de una determinada zona, que se han establecido en ellas desde hace bastantes años, se las conozca técnicamente como variedades locales. Los sistemas agrarios o agrosistemas se diferencian de los ecosistemas por la intervención del agricultor en el modelado de los mismos. Estos agrosistemas pueden formar, cuando se trata de sistemas agrícolas tradicionales, donde las variedades y organismos asociados se han adaptado al medio, lo que podríamos entender como agroecosistemas tradicionales. Así, en Tenerife, sobre todo en sus medianías, disponemos de numerosos agroecosistemas donde se han adaptado multitud de variedades locales que se encuentran en peligro de desaparecer frente a la fuerte competencia que le presentan las modernas variedades agrícolas. El argumento siempre es el mismo: las variedades locales no son tan productivas y no contribuyen a mejorar las rentas de los agricultores. Algo que en principio puede ser cierto puede convertirse, en un territorio con tanta variabilidad de agroecosistemas y diversidad como Tenerife, en una verdad a medias.

 

 

Desde el año 2004, el Centro de Conservación de la Biodiversidad Agrícola del Cabildo Insular de Tenerife viene recuperando las variedades tradicionales de la isla. En estos casi seis años de trabajo hemos realizado más de 2.500 recolecciones de variedades locales. Todas ellas han contribuido a la sostenibilidad de nuestro territorio, pues los propios agricultores se proveían de semillas y mantenían criterios productivos muy respetuosos con el medio ambiente y la salud de las personas. Pero es que, además, estas variedades locales, con la adecuada valorización por parte de las administraciones públicas y los actores del sector, podrían ser rentables para los agricultores. Así mismo debemos empeñarnos en mejorar sus cualidades con una mínima selección –lo que nos permitiría obtener mejores cosechas–, así como en definir sus cualidades de cara al consumidor, manteniendo la diversidad genética que como variedades locales poseen.

 

El conocimiento de la gente del campo de nuestra isla es un legado extraordinario para entender nuestros agroecosistemas, como puede ser el manejo de las variedades locales o tradicionales. Esto permite en muchas ocasiones determinar propiedades, usos, e incluso simplificar los estudios técnicos y científicos.

 

Así, las papas de color o bonitas son uno de nuestros mayores legados, que tanto los gastrónomos canarios como los peninsulares consideran nuestra mayor joya gastronómica. Sin embargo, queda mucho que hacer en su valorización. Debemos hacer que nuestros escolares las conozcan, con el fin de que el conocimiento no se pierda en las próximas generaciones. Pero aún más debemos profundizar en el conocimiento que tienen de estas papas los profesionales de la restauración, los de la venta de frutas y hortalizas y los pequeños y grandes distribuidores. Los que las venden y las cocinan deben conocerlas como nadie. Cuál es buena para cocinar con un pescado salado o con carne, cuál está buena en Navidades o en Semana Santa, cuánto duran tras la cosecha, de qué color es la carne de las papas azucenas o de las bonitas negras, etc. El divulgar el conocimiento que tenemos sobre nuestras variedades tradicionales de papa es sin duda una enorme contribución a la sostenibilidad del medio rural de las medianías de Tenerife.

 

Las cebollas y los ajos de Tenerife son un referente en nuestra cocina. Cebollas dulces de Guayonje para nuestras ensaladas, ajos de Arguayo para nuestros mojos, cebollas de Masca para cocinar, ajos porros que sustituían a los ajos comunes cuando éstos escaseaban, cebollas de Los Carrizales que tan buena cosecha producen...

 

 

Los cereales de Tenerife, base de la producción de uno de nuestros principales alimentos, el gofio. Trigo barbilla de Icod el Alto, marrueco de El Palmar, blanco del sur y jallado de Los Rodeos; centeno del país de La Orotava y Los Realejos, con el que los agricultores también tapaban lo pajares; o millo villero, nano o tacorontero, que daba piñas para el puchero y alimento para el ganado. Pero los cereales locales tienen y han tenido la misión de contribuir a la sostenibilidad de nuestros sistemas agrarios, donde las rotaciones de cultivos eran, y son, fundamentales en la práctica de una buena agricultura y en especial en la lucha contra las plagas y enfermedades y la degradación de nuestros suelos agrícolas.

 

Las batatas yema de huevo de Güímar, rajadilla de Anaga o venturera de Teno, que comemos con el bacalao o con otros pescados salados. Las batatas: un producto tan poco valorizado y con tanta diversidad en nuestras islas.

 

Y cuántos frutales, desde las higueras vicariñas del sur de Tenerife hasta las manzanas pajaritas del valle de La Orotava, duraznos rambleros, peras sanjuaneras que se distribuyen por toda la isla. No podemos olvidarnos de las castañas que se dan en casi toda la isla, principalmente en Arafo y en la comarca de Tacoronte-Acentejo.

 

 

Y un montón más de variedades nuestras de calabazas, bubangos, tomates, garbanzos, lentejas, chícharos o almortas, judías, pimientas, etc.

 

Las variedades locales siempre han estado asociadas a distintas zonas de la isla, conformando un paisaje agrícola donde el agricultor es una de las partes más necesarias. Sin nuestros agricultores no quedarían variedades locales. Pero para que se conserven en el campo, deben ser rentables para los agricultores. Y para que sean rentables para los agricultores es imprescindible que las conozcamos y consumamos.

 

Conocer y valorizar nuestra biodiversidad agrícola contribuye, sin lugar a dudas, a mantener nuestros agrosistemas, y por lo tanto a la sostenibilidad de nuestro territorio. Para los urbanitas, la biodiversidad agrícola debe significar una alimentación más saludable, conservar nuestros patrimonios agrícola y gastronómico y contribuir a mejorar las rentas de nuestros campesinos.

 

En esta época de crisis, la labor de recuperación y estudio que realiza entre otros organismos el Centro de Conservación de la Biodiversidad Agrícola de Tenerife, puede contribuir a realizar políticas agrícolas más sostenibles con el medio rural y con los propios agricultores que lo han moldeado a lo largo de la historia, asentándolos en el territorio y valorizando su función social: darnos de comer a los demás de forma saludable y generar un mínimo de autosuficiencia en nuestras islas.

 

 

 

 

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