¡Señores arquitectos...!

Domingo Doreste Rodríguez (Fray Lesco)



Apenas llego a Teror, me dan en el rostro unas casas nuevas, que pretenden rabiosamente estar a la altura del gusto corriente. Nada de racionalismo, por supuesto.

Los mismos huecos angostos y simétricos del peor tiempo, el mismo balconcete, flamante de lustre alumínico, que no ha de servir a la expansión familiar, la misma cornisa. En cambio mucha moldura deleznable de un dibujo que toca en lo ridículo. Y alguna torrecilla que termina en forma de bonete, con la inútil pretensión, sin duda, de agrandar un paisaje que puede contemplarse en totalidad sin necesidad de encaramarse.

Bonito, muy bonito todo ello, si no fuera tan absurdo. Teror podía ser la villa más interesante del archipiélago, si hubiera inspirado su construcción moderna en el estilo de las casas antiguas. Pero ha hecho lo contrario. Los vecinos acomodados han ido fabricando sus casas poseídos de un santo horror a lo viejo y característico, y los arquitectos los han complacido hasta la saciedad. Su calle principal la han convertido en un fastidioso muestrario de gustos invertidos. El fotógrafo artista que desee obtener un cliché pintoresco de la villa tendrá que volverse al taller con la jornada perdida.

Quedan en pie todavía media docena de casas auténticas. Algunas han perdido el equilibrio. Pero ¡qué contraste! Conservan toda su elocuencia al lado de estas casas nuevas que son perfectamente mudas. Nos hablan de holgura, de comodidad, de expansión hacia la calle y hacia el campo.



Su desmesurado y amplio balcón es una obra maestra del arte de vivir, que debe de coincidir con el arte de fabricar. en él se funde el aliciente de la casa con el de la calle, brindando a la familia una estancia ideal.

Dan ganas de habitar estas viviendas, abiertas sin rubor al ambiente campesino, y no esas otras condenadas al hermetismo, porque en resolución, hasta el asomarse a una ventana resulta incómodo y hasta un tanto descarado. Lo peor del caso es que el tipo de casita cursi, de fachada almidonada, va salpicándose por el campo, por esta campiña maravillosa poblada de casas del mejor tipo rústico de la isla. es un atentado al paisaje. Se desentonan escandalosamente. ¿No habrá llegado la hora, señores arquitectos, de estudiar el tipismo arquitectónico rural y de dejarse, aquí y allá, de hoteles, hotelitos, vestíbulos, torrecillas, pagodas, monteras, palcos y balconetes, y construir en el campo la vivienda patriarcal, entonada con lo que le rodea?

Publicado en la prensa local en 1934 y reproducido en Crónicas de "Fray Lesco". Las Palmas de Gran Canaria: El Museo Canario, 1954, pp. 49-50

Arquitectura Rural

El ayuntamiento de Santa Brígida tomó hace meses un acuerdo excepcional y ejemplar, que merece ser conocido y ponderado. El de no permitir en determinado sitio construcciones que no guardaran ciertas condiciones estéticas y cierta adaptación al paisaje. Casas, en una palabra, de tipo rústico. El tal sitio es un ancho y elegante egido, con cuádruple fila de árboles, terminal de la preciosa carretera de la angostura, que sirve de entrada al pueblo.

Claro es que si en tan magnífico trozo se diera suelta al antojo, el mal gusto reinante hubiera malogrado el proyecto, llenando aquel paseo de esas casas que se van multiplicando ignominiosamente en el campo, de las que apartamos la vista con fastidio. El acertado acuerdo fue una consecuencia forzosa de aquella no menos acertada reforma.

Tal fue la satisfacción que en el Sindicato de Iniciativas de Turismo despertó la actitud del ayuntamiento de Santa Brígida, que destacó una comisión para dar la enhorabuena a la corporación en la persona de su alcalde-presidente. Tuve el honor de formar parte de ella, y en la larga conversación que sostuvimos durante la visita, hube de sacar dos impresiones. Primera, la de un entusiasmo insólito por parte de los inspiradores del proyecto (entre los que figura denodadamente el joven secretario de la corporación).

Segunda, la del amago de una rebeldía tenaz al acuerdo, de parte de los propietarios de solares, en aquel ambicionado sitio, que seguramente se poblará pronto.

No sé a qué alturas andará esta lucha. Supongo que el ayuntamiento no claudicará; pero me temo que no podrá mantener el acuerdo en cada caso con la intransigencia que merece. Son muchos los prejuicios que tiene que atropellar una decisión de tal envergadura, y son muchas las voluntades que alternan en un ayuntamiento. Un milagro de cohesión es lo que puede salvar el acuerdo.

Pero, repensando sobre ello, me ha asaltado otro temor, a saber, si la rebeldía del propietario del solar que piensa construir no sea caprichosa y pueda tener un fundamento. Porque es lógico suponer que el propietario se pregunte: ¿Cuál es el tipo que se impone? ¿Cuál es el módulo a que he de atenerme, aún contra mi voluntad y mis planes? ¿Por ventura la casa de dos plantas, con tejado, patio al exterior y solana? ¿Tipo "estándar" acaso?

I
Si esta fuera la objeción del propietario, hay que reconocer que se sitúa en un punto de vista razonable. Lo probable es que su rebeldía obedezca a motivos menos atendibles. Pero pongámonos hipotéticamente en el lugar del propietario razonable. ¿Cuál es el tipo de una casa de campo canaria?, preguntamos también nosotros. Delante del corredor de mi casita de Teror, se alza una cortina de montañas, poblada de viviendas diversas. Entre ellas distingo netamente dos clases, que significan dos gustos opuestos. De una parte, media docena de casas de nuevos ricos (léase lecheros) que parecen trasplantadas de un suburbio de la ciudad: casas mudas, presuntuosillas, de dos pisos, con su balconete, que parecen recién sacadas de un baño de pintura. Dan la sensación de que dentro no vive nadie. De otra parte, la casa de campo, alternando la del labrador modesto con la del acomodado; sola o, más generalmente, en grupos.

En esta clase puedo observar fácilmente un solo e insistente carácter; y al mismo tiempo una encantadora variedad. ¿Cuál es el carácter de esta casa campesina?

II
¿Cuál es el carácter de esta casa campesina que tengo a la vista en Teror? en primer lugar, la casa armoniza el ambiente con el hombre y por tanto se desentiende instintiva, pero sabiamente, de toda premisa estilística, y de toda veleidad ornamental. Es señorialmente simple, y al propio tiempo elocuentemente expresiva. No tiene cara, pero sí cuerpo orgánico. Suele ofrecer hasta un juego de masas, que da lugar al correspondiente juego de luz y de sombras, al claro-oscuro arquitectónico. Por las tardes, al caer el sol, los racimos de viviendas colgadas en las vertientes se convierten en grupos pictóricos. Y, sobre todo, se abren al campo; mejor dicho, el campo penetra en sus entrañas.

Podría decirse que en ella se cumple una mitad por lo menos de los cánones del futurismo. Es porque la casa rústica, sin sacudidas revolucionarias, se ha racionalizado antes de que surgiera el estilo "racional", como índice espontáneo de la vida rural, a través de una experiencia secular. alguien se lo explicará pensando que en el plan de la casa campesina ha presidido siempre un mero sentido práctico. no es completamente cierto, como no es cierto que la arquitectura será meramente utilitaria. El espíritu humano no renuncia jamás para dar un sentido estético a sus obras. la casa de campo, en plena espontaneidad constructiva, es también bella.

Pero este hombre de campo que sabe construir tan gallardamente en el pensil de una "cadena" o sobre una roca, en puntos tan viables por caminos de herradura o por veredas, en cuanto le tienden una carretera pierde todo su sentido arquitectónico. Se compra un solar en el camino y erige su adefesio; su horrenda casa de fachada, con sus paramentos laterales desnudos, esperando que a su lado se construya otra casa y otra, y surja la serie, y la carretera se convierta en calle. debe parecerle ridícula la casita metida en el campo, donde ha vivido y tal vez vivan sus padres, con los animales domésticos; y debe de pensar que, en una carretera, se requieren casas más "decentes". Se le ha metido en la cabeza, como signo de progreso, la necesidad de "urbanizar" el campo.

En las nuevas carreteras en construcción, mucho antes de que se abran a la circulación, ya se planta el propietario previsor con su fábrica de cemento armado, que parece sacada de un molde, mostrando los tres agujeros reglamentarios: la boca mastodóntica del garaje, y la puerta y la ventana de la dependencia destinada a la tienda. Después se van multiplicando las casas de análoga factura, que ofrecerán en su día al turista el espectáculo deprimente de una sucesión de espectros. ¡Qué diferencia entre éstas viviendas y las casitas propiamente campestres que han quedado al margen de las nuevas carreteras! Por humildes que sean muestran por lo menos, sobre sus tapices de piedra desnuda, el alboroto de sus nopales y sus cacharros floridos.

El lector, en un paseo por el campo, puede observar fácilmente la invasión creciente de las casas de tipo anónimo, como notas discordantes del paisaje. En la atalaya, en la angostura, en la carretera del norte, especialmente. Si hoy nos parece tan simpática la nueva y magistral carretera de Firgas a Valleseco, se debe en parte a que "todavía" no ha sido profanada por la edificación.

De seguir campando la libertad del mal gusto, ¿qué va a ser de nuestro solar campestre y nuestros paisajes?



III
El insistir sobre la casa rural de Teror no tiene otra razón que la circunstancia de tenerla a la vista al trazar estas líneas. es verdad, sin embargo, que la casa de esta comarca es más holgada y prestante que las del resto de la isla; por donde puede servir mejor de modelo a futuras construcciones. La terraza, la "latada" y el huerto, a veces escalonado, en que campea un pino, una araucaria o un ciprés piramidal, son accesorios estéticos que no se repiten con tanta devoción en otras partes. Pero el tipo de casa rústica es interesante en todos los extremos de la isla, aunque ostente ciertos rasgos diferenciales. En Valleseco, por ejemplo, su pago de lanzarote, la vivienda es más tímida y primitiva y se esconde detrás del árbol tutelar. En el barranco de la Virgen, en el valle de agaete, en los aledaños de moya, en las lagunetas, en la lechuza y en tantos otros sitios, hay casas de las que puede predicarse lo que alguien ha dicho de la arquitectura moderna: "que tienen el orgullo de la modestia". En el sur, la extensión y la esterilidad del campo obligan al hombre a vivir en núcleos de población relativamente importantes. Sin embargo, su arquitectura no es propiamente urbana.

¡Qué interesantes son, por ejemplo, las antiguas casas de agüimes, que por toda fachada dan a la calle su recia portada coronada de almenas!

En resolución, y acordándonos de nuevo del propietario razonable, yo me atrevería a proponer que, por concurso o por encargo, se formase un álbum fotográfico de las casas rústicas más interesantes de la isla. ¿Para qué? aparte del interés intrínseco que tendría como obra de arte, serviría de muestrario para sucesivas edificaciones en el campo, y de precioso auxiliar al arquitecto. El constructor no se sentiría tiranizado por una imposición. Podría elegir libremente un tipo existente, y encargar al arquitecto que se inspirase, también libremente, sobre ese tipo. Porque no se trata de copiar ni de calcar sino, en resumidas cuentas, de respetar y conservar un carácter. Lo contrario sería pedantería.

Pero no sólo es el campesino el que padece la manía de urbanizar el campo. El ejemplo se lo ha dado la gente de la ciudad. Véanse las calles que "pesan" sobre la carretera, en las Tafiras baja, alta y sublime. Es el ejemplo más típico de toda la isla: el que ha repercutido en Tamaraceite y en otros sitios. Para mucha gente el ideal es vivir sobre la carretera y "obstruir" el campo.

En Tafira, precisamente, se da también otro caso. La multiplicación extraordinaria del "chalet" en nuestros tiempos, la creación de una nueva población de lujo. El chalet es ya una edificación individual que busca su asiento en pleno campo. Sin embargo, me parece que no ha presidido el mejor criterio, salvo particulares excepciones, en el conjunto de esta población improvisada. Predomina una arquitectura trasplantada, un ensayo de estilos exóticos, que producen una molesta sensación de inadaptabilidad. Abundan los conatos de monumentalidad; sobran monteras, torres miradores, ya que en el campo no necesitamos empinarnos para ensanchar el horizonte. ¡Cuánto mejor entendida no fuera una arquitectura moderna, a ras de tierra, sentido funcional para la vida, pero estéticamente campestre, es decir, entonada en el ambiente! Y el ambiente en este caso es el "paisaje".



He leído con delectación unos artículos de don Pedro de león, publicados en este diario. Los inspiraba la misma preocupación; y los ha dirigido a la Junta y al Sindicato de Iniciativas de Turismo, a la Jefatura de obras Públicas, a las juntas de carreteras, a las autoridades... Urbi et orbi. El articulista siente la necesidad del clamor. Escritos con competencia de técnico y firmeza de artista, plantean, aparte del problema estético de la edificación rústica, el de su emplazamiento, en relación con las carreteras y sobre todo en defensa del paisaje. Sus observaciones me han impulsado a escribir estas cuartillas, para sumarme a un clamor, tan necesario en estos momentos de preocupación turística.

Publicado en la prensa local en 1935 y reproducido en Crónicas de "Fray Lesco"
Las Palmas de Gran Canaria: El Museo Canario, 1954, pp. 55-61.

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