Rincones del Atlántico



El guirre levanta el vuelo

Tony Gallardo Campos
Gerente de Medio Ambiente del Cabildo de Fuerteventura
Miembro de la comisión de seguimiento del proyecto
Life Conservación del Guirre en Zepa de Fuerteventura

Fotos: Gustavo Peña
Dibujos: Jaime Avilés


Parece un contrasentido que esta rapaz de la familia de los buitres, dedicada a limpiar la carroña de nuestros campos, presente una indumentaria tan inmaculada. Nadie adivinaría su trabajo al observarla majestuosa volando con su plumaje blanco entre las geotermas de nuestros cielos. El caso es que esta rapaz de cuerpo enjuto, de garras fornidas y poderosas con uñas adaptadas a la tarea del desgarro, de cuello aguileño y cabeza galluda ocupada por grandes ojos redondos, y de pico color amarillo-anaranjado intenso, se dedica a eso: a los despojos. Su efigie se me antoja como una especie de cruce entre el águila imperial y el gallo de pelea. Una imagen única e inolvidable de forense embatado dispuesto a descuartizar minuciosamente todas las carroñas.

La cultura popular refleja de forma imaginativa y curiosa un amplio abanico de acepciones para él. Los hay que le dan mala fama: “flaco como un guirre”, “enguirrao”, por eso de estar entre cadáveres, mezclándolo por asociación con la condición enfermiza y famélica de las gentes. Y los hay que lo tienen por animal limpio, más bien buen compañero, asociando su condición a la de barrendero del campo. Este guirre, que inspiró e inspira la imaginería popular, ya sólo sobrevuela los cielos de las islas de Fuerteventura y Lanzarote, habiendo desaparecido del resto del archipiélago, donde sólo queda un vago y confuso recuerdo de él. Por su retina aguileña han ido desfilando las imágenes de un tiempo histórico que ya tiene poco que ver con nosotros. Desde la altura, ha podido divisar cómo se abandonaba el interior de las islas para ir colonizando la costa y hasta ha podido constatar cómo aquellos hombres de cachucho y “naife” en ristre, dedicados a los cultivos de plátano o al ganado, daban paso inexorablemente a otros que cultivaban apartamentos y restaurantes y chapurreaban una jerga incomprensible de lenguas venidas de afuera. Su condición de náufrago de nuestra historia le confiere ese aspecto de animal juicioso que se atribuye a las aves nocturnas o esa memoria ilimitada de los paquidermos. En su caso, sin embargo, su longevidad no ha sido garantía de supervivencia. Su suerte se empezó a torcer al mismo tiempo que crecían los cultivos bajo plásticos y se abusaba indiscriminadamente de los pesticidas y fertilizantes. Pero lo que acabó de apuntillarlo fue que su refugio majorero, donde el guirre encontró condiciones mínimas de supervivencia al socaire de unas prácticas ganaderas tradicionales, se poblara de interminables líneas de cables eléctricos y torretas que, a modo de inmensas telarañas desplegadas al viento, se cobraban un día sí y otro también un inacabable rosario de víctimas. Un desafío para el que esta rapaz no posee ningún bagaje biológico y que a la postre está significando su desaparición.

A decir de los miembros de la Estación Biológica de Doñana, sus redescubridores científicos, hace escasamente siete años esta rapaz vivía en el anonimato biológico. El alimoche canario o guirre majorero, como acabaron apellidándolo, es una subespecie isleña de morfología y genética singulares. Sus costumbres son marcadamente insulares, lo que hace que tenga una población limitada de apenas 150 ejemplares y su supervivencia dependa de la sensibilidad y cariño que pongamos todos en eliminar de su “vuelo” los obstáculos. También sostienen que el guirre majorero es uno de los mejores indicadores biológicos de nuestro medio natural por su condición de carroñero, lo que lo convierte en eslabón final de la cadena de la vida. Por ello, desgraciadamente, su declive no es más que un síntoma de aviso de que las cosas andan muy mal en nuestra fauna.



Esa luz roja de la que hablamos es la que ha hecho saltar todas las alarmas de instituciones como el Cabildo de Fuerteventura y el Gobierno de Canarias, sirviendo de acicate para desencadenar una iniciativa promovida por el INIPRO y financiada en parte por la Unión Europea a través de sus fondos Life, y cuyas acciones más espectaculares son las de convencer a UNELCO para trufar las actuales líneas eléctricas con dispositivos salva-pájaros y evitar que éstos colisionen y se electrocuten; mejorar las fuentes de alimentación rescatando las guirreras; incrementar la lucha contra los venenos sensibilizando a los moradores del campo majorero sobre lo dañinos que son; y crear un banco genético para evitar la desaparición de la especie.

Aunque en los tiempos que corren las luces rojas parecen tener la cualidad de la invisibilidad, es de esperar que el esfuerzo de todos evite la desaparición de este imponente Atlante de nuestro tiempo.

       

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