Sangre de drago

Lazaro Sánchez-Pinto (Director del Museo de Ciencias Naturales)

Rafael Zárate (Investigador del Instituto Canario de Investigación del Cáncer (ICIC))

 

En la madrugada de un día de agosto de 1403, una pequeña nave al mando del caballero normando Gadifer de La Salle fondeó en la bahía de Gando, el gran puerto natural situado entre Telde y Agüimes, como es descrito en Le Canarien, la crónica francesa de la conquista de Canarias. Al amanecer, en la playa se habían congregado unos 500 canarios que observaban atentamente los movimientos de la barcaza y su tripulación. A través de Pedro el Canario, el intérprete o “lengua” que iba a bordo, Gadifer les propuso realizar algunos trueques, a lo que se avinieron los canarios, no sin cierta desconfianza por ambas partes. La crónica añade que les trajeron “higos en gran cantidad y sangre de drago que cambiaron por anzuelos, viejos utensilios ferrugientos y agujas para coser; y obtuvieron sangre de drago que valía a lo menos doscientas doblas de oro y todo cuanto les entregaron no valía más de dos francos”.

Ésta es la primera información histórica fidedigna sobre la sangre de drago de Canarias.

 

La sangre de drago en la Antigüedad

 

La sangre de drago fue un producto famoso y muy apreciado en la Antigüedad por las extraordinarias propiedades medicinales que se le atribuían. Su origen, sin embargo, era desconocido y se mantuvo envuelto en un halo de misterio durante mucho tiempo.

 

 

Una leyenda oriental cuenta la historia de un elefante y un basilisco –una especie de dragón o serpiente con patas y alas– que se enfrentan en una encarnizada lucha a muerte. El basilisco se enrosca en el cuerpo del elefante y le desgarra la piel con sus zarpas y dientes. La pérdida de sangre debilita al robusto paquidermo, que cae estrepitosamente al suelo, aplastando de paso al extraño reptil. En su letal agonía, la sangre de ambas bestias se mezcla y, al coagularse, forma una masa amorfa que resulta poseer virtudes maravillosas. Esta leyenda fue recogida por Plinio el Viejo (siglo I d.C.) en su monumental Historia naturalis, y posteriormente se extendió por toda Europa. Plinio la llamó sanguis draconis, y con ese nombre latino figura en numerosos textos medievales europeos.

 

Una versión parecida se encuentra en la literatura árabe clásica, donde los protagonistas son dos hermanos que pelean entre sí, muriendo ambos en un baño de sangre, dam al-ajawayn, que quiere decir ‘sangre de los dos hermanos’, y así se conoció y comercializó en el mundo islámico medieval, incluyendo los califatos de al-Ándalus.

 

 

En realidad, el auténtico origen de la sangre de drago ya se conocía desde mucho antes, pero se mantuvo oculto por puro interés económico. Conviene aclarar que no se trataba de la sangre de los dragos canarios, cuyo comercio es muy posterior (principios del siglo XV), sino de la procedente de los dragos de Socotora, una isla situada frente al Cuerno de África. En Periplus maris Erythraei, una obra del siglo I d.C. que narra el viaje de navegantes griegos por el mar de Arabia, se describe la isla Dioscórida, donde crecen unos árboles que exudan una resina de color rojo llamada cinnabaris. Sin duda se referían a los dragos de la especie Dracaena cinnabari, endémicos de Socotora.

 

Un fármaco fabuloso

 

La sangre de drago de Socotora llegó a Europa con la expansión del Islam a partir del siglo VIII, junto con otros famosos productos vegetales de esa isla, como el acíbar (jugo de plantas del género Aloe), la mirra (resina de arbustos del género Commiphora) y el incienso (resina de árboles del género Boswellia).

 

 

Poco después de la penetración musulmana en la Península Ibérica, esos fármacos ya se podían adquirir en las boticas de al-Ándalus. El médico granadino al-Dinawari (siglo IX), autor de un voluminoso libro sobre productos naturales, parece confirmarlo: “Me han informado que la sangre de drago (dam al-ajawayn) y la mirra (murr) la traen de Socotora (Suqutra), de donde vienen con el acíbar socotrino (sabir suqutri)”.

 

Ibn Yulyul, otro médico andaluz que ejerció en Córdoba en el siglo X, había oído decir que en Cádiz crecía un árbol que producía esa droga: “La hay en al-Ándalus, en la península de Cádiz. Eso me dijo un verdulero que lo vio con sus propios ojos, pero no hay muchos, sino un único árbol1.

 

Sin embargo, para el agrónomo sevillano al-Isbili, autor de un tratado sobre viñedos en el siglo XII, la auténtica naturaleza de la sangre de drago no estaba clara: “Hay diversas opiniones al respecto, unos dicen que dam al-ajawayn es el jugo de una planta, otros que la goma de un árbol, otros que un compuesto artificial”. Los árabes también comercializaban una resina roja que obtenían de algunas palmeras del sureste asiático, de propiedades parecidas a las de la sangre de drago.

 

 

Para mayor confusión, la planta de la que se obtenía el preciado fármaco recibía diferentes nombres, como sâyyãn, citado por la mayoría de los galenos de al-Ándalus. Algunos opinaban que era un árbol, otros que una palmera, mientras que para otros se trataba de una planta suculenta. Todavía en el siglo XIII, el físico al-Baytar, oriundo de Benalmádena (Málaga), advertía del impreciso significado de la palabra sâyyãn: “Observad que en al-Ándalus se denomina así vulgarmente a la gran especie de telefio”.

 

El telefio al que se refiere el autor debe corresponder a alguna de las crasuláceas de la Península Ibérica, todas ellas parientes lejanas de los verodes canarios del género Aeonium. No deja de ser curioso que, en algunas localidades isleñas, al verode lo llamen sayón.

 

Con un origen tan misterioso y unas virtudes tan extraordinarias, no sorprende que la sangre de drago se convirtiera en un producto muy cotizado en la Europa medieval. Aparte del interés terapéutico, se le atribuían propiedades mágicas y entraba en la composición de pócimas, elixires e, incluso, de la piedra filosofal. Su comercio se fue extendiendo, y en el siglo XIII ya se conocía en Francia, probablemente a través de los mercaderes árabes de al-Ándalus. Así lo sugiere un texto del cirujano Henri de Mondeville: “Sanguis draconis, en árabe dam al-alkhwein, es el jugo de una planta cuyas virtudes son medianamente calientes y secas en segundo grado”.

 

En la farmacopea medieval, las plantas medicinales se clasificaban en función de su actividad sobre los cuatro elementos que, según la filosofía clásica, constituían la naturaleza de todas las cosas: agua, tierra, aire y fuego. Así, existían plantas con virtudes frías y húmedas (agua), frías y secas (tierra), calientes y húmedas (aire), y calientes y secas (fuego). También se indicaba el grado, según su mayor o menor eficacia terapéutica. Por ejemplo, para curar una quemadura (caliente y seca) debía emplearse una planta con propiedades antagónicas, esto es, frías y húmedas; para las flatulencias (calientes y húmedas), una planta fría y seca, etc. El objetivo era recuperar el equilibrio natural del paciente, lo mismo que pretende la medicina actual. La diferencia es que entonces sólo se trataban los síntomas de la enfermedad, no su origen, que, en la mayoría de los casos, se desconocía.

 

 

En este sentido, sobre la sangre de drago no existía una opinión unánime entre los galenos medievales. Para unos era “fría y seca en grado tercero” (al-Gazzar, siglo X; Guillame de Salicet, siglo XIII); para otros, “caliente y seca en grado segundo” (Henri de Mondeville, siglo XIII); en fin, para otros, como el marroquí al-Gassani (siglo XVI), no estaba claro: “fría y seca en grado segundo, aunque otros dicen que es cálida”. Es posible que las diferentes opiniones se debieran a la propia confusión sobre el origen del producto: goma de telefio, resina de una palma asiática, sangre de los dragos de Socotora o de los dragos que crecen en las montañas del Anti Atlas (Dracaena draco subespecie ajgal)2.

 

Los médicos medievales la recomendaban, básicamente, para cicatrizar heridas abiertas y regenerar los tejidos dañados, y también como un elemento más en la composición de remedios para diferentes enfermedades. El citado al-Baytar resume sus principales virtudes: “Conviene a las heridas de espada y armas parecidas [...] corta las hemorragias [...] cicatriza las heridas frescas y sangrantes [...] estriñe la vagina [...] fortifica la dentadura [...] es útil contra las escoriaciones de los intestinos [...] es astringente [...]”. A esas propiedades medicinales se le añadían otras muchas, también supuestamente extraordinarias, como su eficacia en el tratamiento de hernias, gonorrea, impotencia sexual, incontinencia urinaria. En siglos posteriores, la sangre de drago siguió figurando en los principales tratados farmacológicos europeos. En The Herball, libro de plantas medicinales escrito por el médico inglés John Gerarde a finales del siglo XVI, se recomendaba para contener los flujos, contra la disentería y para afianzar los dientes. John Parkinson, en su obra Theatrum Botanicum (1640), la prescribía en casos de gonorrea, ojos acuosos y pequeñas quemaduras. En fin, para el médico alemán Schroeder, autor de una Pharmacopea (1698), se trataba de una droga que servía para casi todo: “Es refrigerativa, desicativa, estíptica y repercusiva; si se coloca un emplasto encima de la cabeza, cura el catarro; contra la disentería debe colocarse por encima del ombligo; en polvo sirve para detener las hemorragias, fortificar las encías y en curas de rejuvenecimiento y belleza”. Una de las virtudes más curiosas que también se le atribuyó fue la de devolver la virginidad a las jóvenes que la habían perdido, “per la vergenitá de la ragazze”, como reza en un manuscrito italiano del siglo XVII3.

 

No cabe duda de que la sangre de drago, más que un fármaco, se consideraba una auténtica panacea.

 

Tintes, lacas y barnices

 

Su empleo como pigmento rojo figura en textos muy antiguos, aunque a veces se confundía con otras sustancias, sobre todo con el minio o cinabrio, que es un mineral de la clase de los sulfuros, rico en mercurio. El propio Plinio advertía del error: “No hay otro color que en pintura dé la sangre como éste [...] pero ¡por Hércules! como los médicos también lo llaman cinnabaris, emplean como fármaco ese minio, que es venenoso”.

 

 

No aparece esa confusión en los escritos del iraní Jabir ibn Hayyan (siglo VIII), considerado el padre de la química moderna, ya que menciona ambos productos, sangre de drago (dam al-alkhwein) y cinabrio (isrinj), en la coloración de vidrios. Tampoco la hay en uno de los tratados técnicos más importantes de la Edad Media, De diversis artibus schedula, obra atribuida al monje benedictino Teófilo (siglo XII), donde se explica el modo en que iluminadores, vidrieros, orfebres, esmaltadores, etc., usaban la sangre de drago o “polvo de basilisco”, como la denomina el autor, recordando su legendario origen.

 

Las técnicas modernas de identificación química (cromatografía, espectroscopía Raman, etc.) han demostrado su antiguo empleo en diferentes objetos de metal, mármol, cerámica, madera, etc. Según algunos estudiosos, la sangre de drago fue utilizada por Antonio Stradivari, el conocido luthier italiano del siglo XVII, para barnizar sus famosos violines. Se trataba de un secreto que él nunca desveló, ya que supuestamente contribuía a proporcionarles su inigualable sonoridad. Pero esto aún no se ha comprobado, entre otras razones por la dificultad para obtener muestras de esos instrumentos tan extraordinarios4.

 

La sangre de drago de Canarias

 

Según la tradición, la sangre de drago formaba parte de los ungüentos que utilizaban los guanches en el proceso de la momificación, pero hasta ahora no se han encontrado evidencias arqueológicas que lo confirmen. No es de extrañar que los guanches conocieran sus propiedades medicinales y la emplearan para cicatrizar heridas o contra golpes y contusiones, tal como se siguió utilizando en remedios populares tras la conquista. También es posible que la usaran para teñir la pieles de rojo, para colorear sus escudos de corteza de drago o, incluso, para pintar su propio cuerpo. Pero esas prácticas sólo se conocen a través de referencias indirectas que aparecen en las crónicas antiguas5.

 

 

A mediados del siglo XIV, la cotización de la sangre de drago estaba en alza y su comercio era muy rentable. Y es precisamente en esa época cuando se establecen los primeros contactos modernos entre navegantes europeos y aborígenes canarios. El principal beneficio de esas expediciones procedía de los esclavos, las pieles curtidas y la orchilla, un liquen tintóreo muy abundante en los acantilados costeros de Canarias, pero también de las conchas marinas, la sangre de drago y otros extraños productos propios de las islas6<7sup>.

 

Parece evidente que los aborígenes canarios conocían el interés que mostraban los europeos por la sangre de drago, y prueba de ello es que, en 1403, tenían almacenada una buena cantidad que les sirvió para comerciar con los normandos. No sabemos si se trataba de sangre del drago común (Dracaena draco) o del drago endémico de Gran Canaria (Dracaena tamaranae), ya que ambas especies convivían en la isla. En cualquier caso, parece claro que los canarios desconocían su valor y que los normandos hicieron un negocio redondo: “obtuvieron sangre de drago que valía a lo menos doscientas doblas de oro, y todo cuanto les entregaron no valía más de dos francos7.

 

Jean de Bethencourt y los sucesivos propietarios de las islas sometidas por los normandos (islas de señorío: Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro), procuraron hacerse con el monopolio de su comercio, pero toparon con los intereses de la Iglesia, que pronto quiso participar en tan lucrativo negocio exigiendo el pago de diezmo, un impuesto del 10 % sobre el valor de las mercancías que comenzaron a exportarse a medida que la colonización europea se iba consolidando. En la bula Super Canariae pro rege Castellae allegationes, promulgada por Eugenio IV en 1434, se ordenaba pagar diezmo por “la sangre de drago, la orchilla, el ámbar, las conchas” y otras exóticas producciones de Canarias. Bien a través de mercaderes relacionados con el clero, con los señores feudales o con las autoridades reales, lo que sí está claro es que, en el siglo XV, la sangre de drago de Canarias ya se comercializaba en Europa y competía con la procedente de Socotora y del sureste asiático8.

 

 

No hay constancia de que en esa época hubiera dragos en las islas de señorío, excepto en La Gomera, donde debieron de ser bastante numerosos, como se describe en Le Canarien: “El país está lleno de dragos en gran cantidad”. Es probable que existieran colonias importantes en las laderas de los grandes barrancos de la isla, donde las condiciones ambientales son óptimas para su desarrollo. Sin embargo, la mayoría desapareció en pocos años por la sobreexplotación a la que fueron sometidos. Se cree que actualmente sólo sobrevive un descendiente de esos primitivos dragos en un barranco de Alajeró, que figura en el escudo heráldico municipal.

 

A comienzos del siglo XVI, cuando todas las islas habían sido conquistadas y ya existían relaciones comerciales regulares, la explotación de la sangre de drago se intensificó. Gran Canaria, Tenerife y La Palma, que fueron conquistadas bajo los auspicios de la corona, albergaban las mayores colonias de dragos, pero sufrieron el mismo destino que las de La Gomera. El proceso para extraer la sangre debió de influir en la decadencia de estos árboles, ya que se obtenía realizando cortes profundos en el tronco y las ramas con “una hoz o espada y poniéndole debajo un vaso en que caiga”, como informa el viajero portugués Gaspar Frutuoso, en la segunda mitad del siglo XVI. Este tipo de heridas facilita la penetración de bacterias, hongos y, sobre todo, de larvas de insectos que se alimentan de madera, que constituyen el mayor peligro para la estabilidad de los dragos9.

 

Como medida proteccionista, en 1574 el Cabildo de Tenerife acordó prohibir su recolección, bajo pena de 100 azotes. Pero de poco sirvió, pues se siguió exportando masivamente a los mercados europeos. Se comercializaba bajo dos formas: sangre común, que era la que se extraía por incisión, y sangre en gota o lágrima, que es la que exuda el árbol de forma natural por pequeñas fisuras del tronco y las ramas, sobre todo durante las épocas de calor. Ésta se consideraba de mayor calidad y, por tanto, era más cara10.

 

 

A finales del siglo XVI, la mayoría de los dragos habían sido sangrados hasta la saciedad. Lo mismo estaba ocurriendo en los archipiélagos portugueses de Madeira y Cabo Verde, que también exportaban grandes cantidades de sangre de drago. La oferta era mucho mayor que la demanda, y el precio cayó en picado. En 1595, una libra (460 g) de sangre enjuta se vendía a cuatro cuartos y medio, que era aproximadamente lo que entonces costaba un kilo de azúcar, el principal producto de exportación de Canarias. A partir de entonces, el negocio dejó de ser rentable, convirtiéndose en una actividad económica marginal. Para los dragos ya era tarde; sus poblaciones habían sido esquilmadas y apenas sobrevivían algunos ejemplares, la mayoría en riscos inaccesibles11.

 

En el siglo XVII siguieron enviándose pequeñas cantidades a Europa, principalmente a través de las compañías inglesas que comerciaban con azúcar, vino, orchilla y otros productos de las islas. A España se exportaban unos palillos de tabaiba dulce untados en sangre de drago, que se pusieron de moda como dentífrico entre las clases altas de la sociedad. Lope de Vega, Tirso de Molina y otros autores del Siglo de Oro mencionan esa práctica en algunas de sus obras, resaltando su eficacia para limpiar y fortificar la dentadura.

 

El drago de La Orotava y otros viejos ejemplares que aún existían en el siglo XVIII, se hicieron famosos en Europa a través de los viajeros de la época. La mayoría de los relatos están adornados con historias fantasiosas sobre su origen antediluviano, su extraordinaria longevidad o la veneración que le tenían los guanches, pero la sangre de drago apenas se menciona como un antiguo recuerdo. Viera y Clavijo, como otros autores canarios de ese siglo, se lamentaba de la poca atención que recibía un producto tan valorado en tiempos pasados, criticando la desidia de las autoridades ante la tala indiscriminada de los escasos dragos que aún sobrevivían12.

 

 

A principios del siglo XIX sólo la empleaban algunos campesinos en remedios populares, pero prácticamente había desaparecido como fármaco en la medicina moderna. Sin embargo, muchas personas aún confiaban en su eficacia como dentífrico. Incluso se podía adquirir en algunas ciudades importantes, como señala el oficial francés Bory de Saint Vincent (1803), al comentar que algunos miembros de su expedición la habían comprado en La Laguna, en un convento de religiosas, cuyo mejor reclamo era que “tenían la boca fresca y hermosa”. Posiblemente, el producto que vendían las monjas procedía del famoso Drago del Seminario, que a duras penas sobrevive en la huerta del antiguo convento de frailes dominicos13.

 

A finales de ese siglo, la sangre de drago se consideraba un artículo exótico, sin valor comercial ni medicinal. Apenas merece un pequeño comentario en algunos tratados farmacológicos de la época, como en Tratado de materia farmacéutica vegetal (1893), del Dr. Gómez Pamo: “Para extraer esta resina se hacen incisiones en el tronco, por las cuales fluye con lentitud en las épocas de calor, que se recoge en un gánigo [...] la recolección se hace siempre en pequeña escala y sin objeto comercial”.

 

 

Composición química

 

La sangre de los dragos canarios tiene la consistencia de una resina densa y blancuzca cuando sale del árbol. En contacto con el aire, va endureciéndose y adquiriendo su característico color rojo sangre. En estado sólido es frágil, y cuando se rompe forma lascas concoideas, vítreas, brillantes y casi translúcidas por los bordes. Al triturarla, se obtiene un polvo cristalino muy brillante, que se vuelve pegajoso al manosearlo. Es insípida e inodora a temperatura ambiente, pero al calentarse suavemente, se hace maleable a la vez que desprende un agradable olor balsámico. No se disuelve en agua pero sí en alcohol.

 

A pesar de su fama, hasta hace poco apenas se conocía su composición química. En los últimos años, sin embargo, se han llevado a cabo numerosas investigaciones, gracias a las cuales se ha ido desentrañando su compleja composición, en la que se han descubierto varias sustancias químicas desconocidas hasta entonces. Por ahora se han identificado más de 20 compuestos orgánicos, la mayoría, flavonoides, saponinas y chalconas14.

 

 

Varios de los productos aislados han sido objeto de diferentes ensayos para conocer sus propiedades farmacológicas, y los resultados obtenidos confirman muchas de las virtudes tradicionalmente atribuidas a la sangre de nuestros dragos. Los flavonoides, por ejemplo, muestran una actividad antioxidante, antiinflamatoria, antiviral y antialérgica, así como un papel protector frente a enfermedades cardiovasculares, cáncer y otras patologías. Sin embargo, también se ha constatado que, en dosis altas, esas sustancias pueden provocar efectos contraproducentes.

 

La diosgenina es una saponina esteroidea que baja el nivel de colesterol en sangre. También tiene propiedades estrogénicas, esto es, potencia la actividad de las hormonas femeninas, lo que explicaría la eficacia de la sangre de drago en el tratamiento de trastornos menstruales y menopáusicos, como incontinencia urinaria, sequedad vaginal, etc.

 

Otra saponina, la ruscogenina, tiene propiedades antiinflamatorias y ha demostrado ser muy útil para aliviar las hemorroides. Actualmente se está experimentando su actividad en combinación con otras sustancias que también están presentes en la sangre de drago. Con las chalconas, parece que es eficaz en el tratamiento de algunos problemas de próstata, y combinada con los flavonoides favorece la regeneración de la piel, una de las legendarias virtudes de la sangre de drago.

 

El drago tiene unas raíces grandes y robustas que le sirven para afianzarse al terreno, y otras que son pequeñas y delgadas, a través de las cuales incorpora el agua y los nutrientes que necesita para vivir. Esas raíces absorbentes están recubiertas por una fina corteza de color anaranjado, que contiene algunas de las saponinas presentes en la sangre de drago, pero en mayor concentración. Una de ellas es la dracogenina, que ha resultado poseer propiedades antibacterianas y antifúngicas. Ésa puede ser la razón, entre otras, por la que se recomendaba masticar “raicillas” de drago para conservar la “boca fresca y hermosa”, como las monjas de La Laguna. Otra es la icogenina, que muestra una potente actividad citotóxica contra la línea celular HL-60 de leucemia humana. Se ha podido determinar que la muerte celular es por apoptosis, es decir, las células cancerígenas dejan de reproducirse y se descomponen.

 

 

Conviene aclarar que las aplicaciones terapéuticas de estas sustancias aún están en fase experimental, pero también es cierto que los resultados de las investigaciones más recientes han abierto nuevas posibilidades. La sangre de drago es un producto natural que puede ser de provecho en temas de gran interés para la sociedad actual: rejuvenecimiento, antioxidantes, leucemia, cardiopatías, próstata, menopausia, etc. De hecho, figura en la composición de cremas regenerativas, protectores solares y otros artículos cosméticos que todavía no se comercializan, pero que ya han sido patentados, algunos hace tan sólo unos pocos meses15.

 

Si su demanda aumenta y se consolida en los próximos años, habrá que recordar lo que ya ocurrió hace cinco siglos, cuando la mayoría de los dragos desaparecieron por sobreexplotación. ¿Podría ser el cultivo intensivo de dragos la alternativa a los plátanos? Siendo económicamente rentable, no hay razón para descartar esa posibilidad. Los dragos requieren mucha menor cantidad de agua y se desarrollan muy bien en las mismas zonas que las plataneras. Son longevos, pero crecen con rapidez y, en pocos años, pueden estar produciendo cantidades aceptables de sangre. En Canarias ya existen casos parecidos, como el Aloe vera, que en la actualidad se cultiva en varias islas con resultados muy interesantes.

 

Otras “sangres de drago”

 

Hoy en día, como ocurría en la Antigüedad, el nombre “sangre de drago” sigue siendo bastante confuso, ya que se aplica a varias resinas de origen vegetal, que proceden de diferentes plantas de distintas regiones del planeta y que, además, pertenecen a varias familias botánicas. Se trata, en su mayoría, de resinas de color rojo sangre que presentan ciertas propiedades farmacológicas comunes, sobre todo en lo que se refiere a su acción cicatrizante. Aunque no existe una opinión unánime, se considera que la sangre de drago “antigua”, incluyendo la de Canarias, es la que se conocía antes del descubrimiento de América. La “nueva” tiene su origen en el Nuevo Mundo y, en la actualidad, es la que más se utiliza en medicina, particularmente en homeopatía.

 

 

La sangre de drago “antigua” procede de dos tipos de plantas monocotiledóneas: especies arbóreas del género Dracaena, de la familia de las ruscaceae, y palmas ratán de los géneros Daemonorops y Calamus, de la familia de las arecáceas.

 

Las especies de Dracaena productoras son D. draco (Madeira, Canarias, Cabo Verde y Marruecos), D. tamaranae (Gran Canaria) y D. cinnabari (Socotora). Existen otras especies menos conocidas (D. schizantha, D. serrulata y D. ombet) que se distribuyen por regiones montañosas semiáridas en torno al Mar Rojo. Probablemente, también fueron explotadas para obtener su sangre, pero poco se sabe al respecto.

 

 

Otra sangre de drago antigua, a veces llamada resina draconis, se obtiene de los frutos de varias palmeras de los géneros Daemonorops y Calamus, que crecen en las selvas tropicales del sureste asiático. Actualmente su producción mundial se estima en unas 50 toneladas anuales, que en su mayor parte proceden de Indonesia, desde donde se exporta a los mercados de Hong Kong, Singapur y Pakistán. Su destino final es incierto, ya que desde esos mercados se reenvía a otros lugares. Es probable que se utilice principalmente como barniz en la pujante industria asiática de muebles y, en menor medida, como fármaco en medicina tradicional. Sus propiedades terapéuticas son parecidas a las de la sanguis draconis: contra golpes, heridas, encías sangrantes, disentería, irregularidades menstruales, impotencia, etc.16.

 

La sangre de drago “nueva” procede de América, y se obtiene de varias especies de los géneros Jatropha y Croton, de la familia de las euforbiáceas, y del género Pterocarpus, de la familia de las leguminosas. Las distintas variedades ya eran empleadas por los indios americanos y fueron incorporadas a la farmacopea occidental tras el descubrimiento del Nuevo Mundo. Por eso recibieron la misma denominación, aunque a veces con variaciones, como “sangre de grado”, “sangredo” o “sangregado”, nombres que se aplican indistintamente a la planta y al producto.

 

 

En la extensa literatura que existe sobre las diferentes sangres de drago, desde los textos antiguos y los tratados medievales hasta los artículos científicos más recientes, se aprecia un enorme interés por identificar correctamente el origen y la naturaleza de las mismas. Esto se interpreta no sólo como una actitud honrada y seria de los autores, sino por las nefastas consecuencias que podría acarrear una falsa identificación del producto en un tratamiento terapéutico. A las personas que hoy en día siguen confiando en las legendarias propiedades de cualquier sangre de drago, muchas de ellas comprobadas científicamente, les recomendamos lo que ya advertía Plinio hace dos milenios: ¡Por Hércules! no se confundan...

 

 

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Notas

1 La presencia en Cádiz de ese árbol ya había sido mencionada mil años antes por el geógrafo e historiador griego Estrabón, en su descripción de la Península Ibérica: “En Gádeira (Cádiz) hay un árbol cuyas ramas se doblan hacia el suelo y sus hojas, a veces de un codo de largo y cuatro dedos de ancho, tienen la forma de una espada... Si se corta una rama exuda leche, si es una raíz, destila un jugo de color rojo”. Por la descripción no parece que se trate de un drago, pero hay que tener en cuenta que Estrabón no lo había visto personalmente, sino que se basó en los escritos de Posidonio, un autor griego que lo citó casi un siglo antes. Por otro lado, no se puede descartar que en esa época aún existieran dragos salvajes en algunas localidades concretas del sur de la Península Ibérica, testigos supervivientes de una flora desaparecida del continente europeo durante la última gran glaciación. En cualquier caso, es curioso que Cádiz se haya conocido tradicionalmente como la “ciudad de los dragos”, y buena prueba de ello son los hermosos ejemplares –algunos de ellos varias veces centenarios– que hoy en día crecen en muchos parques y jardines de la “tacita de plata”.

2 En 1995 se descubrió una importante colonia de miles de dragos en una abrupta región del macizo del Anti Atlas, en Marruecos. El drago del Atlas se conoce localmente con el nombre bereber de ajgal, que significa ‘inalcanzable’, debido a que crece en paredones escarpados y de difícil acceso, incluso para las cabras. Se considera una subespecie del drago común, de ahí su nombre científico: Dracaena draco ssp. ajgal. Los dragos silvestres que crecen en el Peñón de Gibraltar también pertenecen a esta subespecie (Cortés, 1994). Por allí desembarcaron las primeras tropas musulmanas que invadieron la Península Ibérica a principios del siglo VIII. Más información sobre la sangre de drago en tratados árabes medievales en: Llavero Ruiz (1990), Cabo González (1995) y Cabo González & Bustamante Costa (2000-2001).

3 Becciani, Ugo. Un manoscritto pistoiese di “secreti” del tardo ’600: lettura critica e commento. Pistoia: Il Papyrus, 2000. (Resumen disponible en la red).

4 Sobre el empleo de la sangre de drago en técnicas artísticas, se recomienda el excelente trabajo de Pilar González Araña: Análisis de la resina sangre de drago: técnicas y procedimientos artísticos, que se puede consultar en la red (http://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=1029).

5 Una bolita de sangre de drago (17 mm de diámetro) apareció en una cueva de habitación guanche, en La Orotava, junto a lascas de obsidiana (tabonas), huesos de animales y fragmentos de cerámica aborigen. (Lorenzo Perera, 1977). Sobre su empleo por los guanches, ver Bethencourt Alfonso (1991-1997), Bosch Millares (1962), Oliva Tacoronte (1982).

6 Entre esos contactos destaca la expedición a las islas realizada por el capitán genovés Nicolás de Recco en 1341, al mando de dos naves proporcionadas por Alfonso IV, rey de Portugal. Entre otras mercancías, a su regreso trajo “palo rojo para tinte, corteza de árboles para teñir de rojo, tierra bermeja y otras cosas para el mismo fin”. Es posible que alguna de esas otras cosas fuera sangre de drago, pero no lo sabemos. En Europa, los pigmentos rojos eran muy cotizados en aquella época, de ahí su gran interés comercial (Millares Torres, 1977-1981).

7 La equivalencia actual de una dobla de oro de esa época es difícil de establecer, porque entonces coexistían doblas de oro de diferente valor y procedencia (castellana, francesa, árabe). Sin embargo, en otros capítulos de Le Canarien aparecen referencias que permiten, por comparación, tener una idea de su cotización a principios del siglo XV. Por ejemplo, cuando Jean de Bethencourt, el socio de Gadifer, abandonó las islas y regresó a España en busca de más apoyos económicos y materiales para concluir la conquista de Canarias, unos mercaderes de Sevilla le ofrecieron 1.500 doblas de oro por su nave, pero él no aceptó. En otro capítulo se dice que con el sebo y las pieles de las focas monje de Isla de Lobos se podía obtener un beneficio anual de 500 doblas ó más. Esto es, en un solo intercambio comercial, los normandos ganaron casi la mitad de lo que podrían obtener de las focas en todo un año, y si hubieran realizado siete u ocho trueques similares, podrían haberse comprado un barco.

8 Se podía adquirir incluso en las principales ciudades mercantiles italianas, que tradicionalmente importaban sangre de los dragos de Socotora, como refleja el Riccetario florentino (1498): “Sangue di drago é una gomma di un albero che nasce nelle isole Canarie”. (Resumen disponible en http://www.edicolaweb.net/am_1030.htm).

9 El drago también fue objeto de otros aprovechamientos que, sin duda, contribuyeron a la merma de sus poblaciones. Por ejemplo, en 1501, apenas cinco años después de concluida la conquista de Tenerife, se ordenó que los soldados estuvieran equipados con escudos de drago “de un grosor de un pulgar y no menos”. En un acuerdo de 1513 y por temor a una invasión francesa, el cabildo extendió esa orden a todos los vecinos entre 18 y 60 años, aclarando que los escudos debían tener “a lo menos de tres a cuatro palmos de ancho”. También los troncos fueron aprovechados para hacer colmenas o corchos, que eran muy valorados a tenor de sus frecuentes menciones en los acuerdos del Cabildo de Tenerife y los protocolos notariales del siglo XVI.

10 Los envíos de particulares eran frecuentes y solían superar los 100 kilos de peso. Por ejemplo, en 1557 Francisco Rodríguez, que tenía un negocio de joyería en Tenerife, había conseguido reunir 242 libras de sangre común y 13 libras y tres cuartos de sangre en gota, que envió a Lisboa en un solo cargo (Cioranescu, 1977). Una libra equivale a 460 gramos.

11 Según Gaspar Frutuoso, a finales del siglo XVI la mayoría de los dragos de La Palma sólo se encontraban “en lugares ásperos y tan abruptos que parece imposible llegar donde están, pero también van y cogen de ellos una goma tan roja como la sangre, que llaman sangre de drago”.

12 “Pero el ningún cuidado que se tiene de multiplicar tan hermoso árbol, ni el poco dolor con que se han ido cortando los que había, ha hecho escasear mucho un ramo de cosecha, de que se podría sacar notable utilidad”. (Viera y Clavijo, 1942).

13 “La mayor parte de los viajeros de nuestra expedición adquirieron en La Laguna, en un convento de monjas encantadoras, unos pequeños paquetes con raicillas que no tenían ningún sabor ni propiedad en sí mismas, pero que estaban coloreadas con resina de sangre de drago, con el propósito de masticarlas para fortificar los dientes y las encías. El mejor elogio que puede hacerse de esos pequeños productos, es que las religiosas que los vendían, tenían la boca fresca y hermosa” (Bory de Saint Vincent, 1803).

14 Gran parte de los análisis realizados hasta la fecha se han llevado a cabo en Canarias, por equipos científicos encabezados por el Dr. Antonio González y, más recientemente, por el Dr. Jaime Bermejo (Instituto de Productos Naturales y Agrobiología, CSIC, Instituto Universitario de Bio-Orgánica “Antonio González”, Instituto Canario de Investigación del Cáncer, Museo de Ciencias Naturales de Tenerife).

15 “De la presencia de sapogeninas, especialmente la ruscogenina y de isoflavonas en la composición de la sangre de drago se derivan de forma sorprendente propiedades antioxidantes para las células, lo que conlleva, cuando las células son epidérmicas, efectos regenerativos de la piel si se aplica vía tópica y, cuando se ingiere en forma de bebidas, alimentos o aditivos nutricionales o dietéticos, una menor muerte celular, lo que conlleva efectos antidegenerativos y antienvejecimiento del organismo y un efecto general vigorizante y tonificante en general” (parte del texto de varios productos patentados en 2009 en la World Intellectual Property Organization: (WO/2009/063105) Use of extracts of Dracaena draco in the preparation of pharmaceutical, cosmetic, dietetic and nutritional products). WIPO: http://www.wipo.int/portal/index.html.en

16 Para más información sobre el comercio mundial de la sangre de drago y otras resinas de origen vegetal, pueden consultarse documentos de la FAO disponibles en la red: http://www.fao.org/docrep/v9236e/v9236e00.htm.

 

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