Rincones del Atlántico



El futuro energético de Canarias.
Amenazas y oportunidades


Roque Calero Pérez
Doctor Ingeniero Industrial
Fotos: Sergio Socorro - Rincones - ITC


El consumo de combustibles fósiles y la crisis energética

Desde hace algunos años se viene hablando con mas intensidad de la famosa “crisis energética”, en una doble vertiente: por un lado, el presumible agotamiento de los combustibles fósiles (no renovables y, consecuentemente, finitos) y por otro, de los efectos de la combustión de estos recursos sobre la atmósfera del planeta, del cambio climático (debido al incremento del “efecto invernadero”).

Aunque hasta hace muy poco tiempo todavía cabía alguna duda sobre el recalentamiento del planeta debido al uso masivo de los combustibles fósiles, en la actualidad ya nadie lo pone en duda (deshielo de glaciares y casquetes polares, huracanes, lluvias torrenciales, sequías, etc., son ejemplos incuestionables).

Sin embargo, en cuanto a la duración de los combustible fósiles, todavía existen dudas sobre los recursos disponibles y la consecuente duración de los mismos. Lo que parece una verdad ya incuestionable es que la era del petróleo abundante y barato ha terminado pero, ¿qué puede afirmarse de la duración del petróleo y del gas natural, cuyo consumo se ha disparado en los últimos años?

Los únicos datos que podrían considerarse fidedignos son los que publican las entidades internacionales que se ocupan de estos temas (que desde luego no se caracterizan por la transparencia y la ausencia de intereses a la hora de señalar la vida útil de estos recursos, de importancia vital para el futuro del planeta tal como hoy lo conocemos).

Atendiendo a los mismos, en el año 2002 el consumo total de energía primaria en el mundo ascendió a 9.405 millones de Tep (Tonelada equivalente de petróleo) de las cuales 3.522,5 (38.5%) corresponden a petróleo, 2.282 (23.7%) a gas, 2.397,9 (24,7%) a carbón, 610,6 (6.5%) a nuclear y 592,1 (6.5%) a hidráulica y otras renovables. De este consumo, el 28% correspondió al transporte, el 38% al sector residencial-comercial y el 34% al sector industrial.

En este año las reservas totales de petróleo en el Mundo ascendían a 142.700 millones de Tep (equivalentes a 1,047 billones de barriles de petróleo), y la producción de petróleo (crudo) en todo el mundo supusieron 3.556,8 millones de Tep, (equivalente a 73.935.000 barriles de cada día).

A este ritmo de producción las reservas mundiales se agotarán en un plazo de 40,6 años. Si se admite que el consumo de China y la India se mantiene al ritmo de crecimiento actual, la duración de estas reservas disminuirá dramáticamente.

La producción total de gas en el año 2002 ascendió a un total de 2.274,7 millones de Tep equivalentes a 2,527 billones de m3., y a tal ritmo de producción, las reservas totales se agotarán en un plazo de 60,7 años. Al igual que el petróleo, si se mantienen los ritmos de crecimiento actual, la vida prevista también se verá fuertemente reducida.

Para compensar los incrementos del consumo y alargar la vida de estos recursos, sobre los cuales descansa literalmente la vida de todos los habitantes del planeta en esta época, los analistas prevén un incremento del consumo de carbón (licuado o gasificado, a pesar del efecto invernadero inducido), el empleo creciente de combustibles sintéticos de diferentes orígenes, la expansión de la energía nuclear (con todos los riesgos que ella supone) y en menor escala la extensión del uso de las renovables, todo ello en el marco de un modelo energético caracterizado por el despilfarro energético y el desprecio a las repercusión sobre el medioambiente.

La ausencia de “nuevas soluciones” energéticas a corto y medio plazo, la próxima aparición de signos de escasez en los combustibles derivados del petróleo (los estudios más optimistas señalan que los nuevos descubrimientos quizás puedan compensar los incrementos hasta la década 2010-2020, entrando estos recursos en una crisis profunda e irreversible en la década 2035-2040), la creciente dependencia energética del mundo desarrollado de los países productores con creciente nivel de “conflictividad”, la aparición de tensiones políticas (y militares) derivadas del control de las reservas disponibles, los crecientes desequilibrios en los niveles de desarrollo (fomentado, en parte, por los países mas ricos, en la medida que no desean la aparición de nuevos consumidores que aceleren el agotamiento de las reservas), el peligroso aumento de la contaminación, tanto atmosférica (efecto invernadero), como marina y terrestre (especialmente la radioactiva, consecuencia de la creciente implantación de estas centrales y la necesidad de desmantelar muchas de ellas, por obsoletas, sin olvidar los posibles accidentes en las mismas), conforman el panorama actual.

Las consecuencias de estas expectativas son muchas y de muy diversa índole, aún cuando pueden destacarse la necesidad de racionalizar al máximo la obtención y uso de la energía (mejorando la eficiencia de todos los procesos de la cadena de transformación de la misma), el fomento del ahorro energético “a toda costa”, la diversificación de las fuentes energéticas, tanto por su naturaleza (menor dependencia del petróleo) como por su procedencia (situación geográfica de los países productores), la necesidad de una drástica disminución de los efectos contaminantes que están afectando el equilibrio del ecosistema de todo el planeta (precisamente, el Protocolo de Kyoto intenta limitar las emisiones de gas que producen el recalentamiento de la atmósfera), la intensificación del uso de las energías renovables, la necesidad de “ajustar” los costes de la energía (asignándoles un verdadero “valor” a cada fuente, mediante la inclusión de todos los costes indirectos: enfermedades, seguridad, guerras, cambio climático, agotamiento, etc.).

La situación de Canarias ante la crisis energética
Impactos previsibles.


Bajo este panorama general nos proponemos analizar la situación de las Islas Canarias, e intentar definir cuáles pueden ser las consecuencias esperadas, y lo que es más importante desde mi punto de vista, cuál debería ser nuestra postura para enfrentarlas.

Las Islas Canarias constituyen hoy un paradigma de mundo artificial (quizás único en el planeta…), un alarde tecnológico, unos auténticos portaaviones anclados en medio del mar…. Cientos de aparatos aterrizan cada día sobre ellas, para “exportar” su principal recurso, el turismo, mientras que cientos de barcos nodriza suministran la gran mayoría de lo que se consume, y especialmente, la energía que se precisa (incluyendo la necesaria para fabricar el agua potable).

La energía en forma de petróleo constituye nuestro primer producto de importación, que asciende a mas de 1.200 millones de euros cada año (200.000 millones de ptas.) (12%). Desgraciadamente, el segundo producto de importación lo constituyen los automóviles, que asciende a 1.100 millones de euros cada año (11%).

De acuerdo con esta situación, debemos preguntarnos: ¿Es sostenible esta situación? ¿Qué ocurriría en estas islas si se da un aumento brusco de precios en los combustibles fósiles, o si se produce un desabastecimiento? (caso catastrófico) ¿Qué ocurrirá si se produce un aumento de precios paulatino pero mantenido, con problemas de abastecimiento o sin ellos? (cuestión bastante probable, dado como están las cosas…).

En ambos supuestos, ¿cómo deberíamos actuar y cuando empezar a hacerlo? Antes de abordar estos interrogantes es preciso hacer una apreciación importante: Dada la casi imposibilidad de actuar desde Canarias sobre los recursos energéticos externos, la única posibilidad que tenemos es actuar sobre la demanda de estos, lo que significa la imposibilidad de plantear un Plan Energético de Canarias si no se define previamente cuál es el modelo de desarrollo que queremos para la Región. Y, además, una de las bases de ese modelo de desarrollo ha de ser, inexcusablemente, las incertidumbres energéticas.

Teniendo en cuenta todas estas previsiones a escala mundial, pueden determinarse los impactos que sobre Canarias van a dar lugar, entre los que pueden destacarse el incremento de los costes de la energía eléctrica de origen térmico, el consecuente incremento de los costes del agua (desalación, bombeo y depuración), el incremento generalizado de los costes de todos los productos importados (incluyendo los comestibles de todo tipo), el presumible fin del turismo barato y de corta estancia (penalizado por los costes del transporte aéreo). Todo ello implicará, en última instancia, un incremento de nuestro aislamiento (del conjunto y de cada isla por separado) y un también presumible incremento de la pobreza, con todas sus consecuencias. En definitiva, a un desarrollo no sólo insostenible sino aún peor, negativo.

Las perspectivas energéticas de Canarias. El gas natural y las energías renovables

Sin embargo, Canarias tiene abundantes recursos energéticos renovables (principalmente viento y sol) y unas excelentes condiciones climatológicas, que permiten unos consumos energéticos per cápita mucho más bajos que en otros puntos de la Tierra en condiciones más extremas y con niveles de vida similares.

En consecuencia, Canarias no debe (ni puede) esperar pasivamente a que ocurra el “estallido energético”, y ser arrastrada por él hacia un incierto futuro. Al contrario, Canarias debe, y puede, ser un ejemplo mundial de región avanzada, y que ha sabido acomodar su progreso al de un desarrollo plenamente sostenible.

Para conseguir este desarrollo en el marco de tales incertidumbres y amenazas, Canarias debería fijar dos ejes directrices para su futuro desarrollo energético:

- Una máxima implantación de energías renovables (eólica, solar térmica y solar fotovoltaica, principalmente).
- Un máximo ahorro energético (calor, electricidad, transporte interior y agua desalada).

En cualquier caso, es obvio que no puede impedirse que Canarias siga siendo dependiente de los combustibles tradicionales no renovables, por lo que estos deben ser contemplados en cualquier escenario futuro (y muy especialmente para el sector del transporte, tanto el interior como mucho más el exterior).

En el horizonte del año 2020, el petróleo, el gas (si llega a instalarse en Canarias) y los combustibles sintéticos (metanol, etanol, etc.) obtenidos a partir del carbón o del propio gas, serán básicos en el suministro energético de Canarias.

Sin embargo, habida cuenta de las posibilidades de ahorro energético y amplio uso de las energías renovables en Canarias, un plan energético que haga una región sostenible debería suponer un giro copernicano respecto del planteamiento actual, de modo que las fuentes energéticas convencionales deberían ser consideradas como los “recursos energéticos complementarios”, y no al revés como ahora sucede, al tiempo que la “disminución absoluta del consumo energético” respecto de los valores actuales deberían ser el principal exponente del progreso y del desarrollo de la región.

En este contexto no sería correcto un Plan energético que contemple la introducción masiva de una fuente energética convencional (no renovable, como el gas, metanol u otros combustibles sintéticos) que desincentive el ahorro energético y a la aplicación generalizada de las energías autóctonas.

En particular, la introducción que ahora se propugna del Gas Natural Licuado, solo para su uso como combustible en las dos principales centrales eléctricas de Tenerife y Gran Canaria (en grupos de ciclo combinado, alcanzando una potencia del 10 – 15% de la total instalada) puede representar algunas ventajas, pero también serios inconvenientes. Entre las primeras se encuentra el ser un combustible mas limpio, libre de impurezas de nitrógeno y azufre (aunque hay que señalar que los actuales grupos de generación eléctrica que queman fuel están dotados de sofisticados sistemas de purificación de estos gases), así como que por su menor contenido en carbono emiten menos dióxido de carbono. También supone una cierta diversificación de las fuentes primarias de energía en las Islas al no depender, exclusivamente, del petróleo.

Entre los inconvenientes se encuentra el gran impacto ambiental de las infraestructuras necesarias (especialmente los grandes depósitos de almacenamiento), la peligrosidad de las mismas (accidentes en las operaciones de descarga, principalmente, que entre otras cosas exigiría muelles y zonas de descarga exclusivas, o el cierre de estos para otras operaciones simultáneas) y el relativo bajo impacto en la disminución de la emisión de dióxido de carbono (tanto porque no deja de ser un hidrocarburo, como por representar una pequeña fracción de los combustibles empleados en Canarias).

Desde el punto de vista de la garantía de suministro y la posible evolución de su precio, la vida de este combustible es tan limitada como la del petróleo, y su precio sigue por el momento la evolución de estos (la demanda se ha disparado en los últimos años, con lo cual el futuro de este combustible podría volverse incluso mas problemático que el del propio petróleo).

Un fuerte condicionante para la generalización del uso de este combustible es el aún escaso número de centrales licuadoras y de buques metaneros, y el consecuente férreo control de estos medios, y de los propios recursos explotables de gas, por países fuertemente consumidores (por ejemplo, será difícil que Canarias pueda acceder a los recursos gasísticos del Golfo de Guinea, de donde procede casi todo el crudo que se trata en la refinería de Tenerife, en las mismas condiciones que éste).

La implantación masiva de energías renovables, así como de sistemas de ahorro de energía puede conducir a una reducción de un 35-50% de consumo de energía eléctrica (respecto de los valores de 2005). Asímismo, con el fomento del transporte colectivo y otras medidas, en este sector puede alcanzarse una reducción entre un 10 y un 15% de combustible para automoción (si no se introduce el hidrógeno). El resto, alrededor del 35-40% del consumo actual, tendría que ser “importado” en forma de petróleo (como ahora), en forma de combustibles sintéticos (con origen en carbón o gas natural), en forma de hidrógeno (obtenido a partir de energías renovables, lo que le convierte en el combustible ideal, o a partir de combustibles fósiles), o en forma de gas natural licuado.

En cuanto al cumplimiento del Protocolo de Kyoto, es necesario señalar que si se mantiene la situación actual, y las previsiones “planificadas”, Canarias no podrá cumplir con el mismo, aún en el supuesto de la implantación del gas natural licuado.

Es más, puede ser penalizada en el futuro doblemente: Por la emisión de gases de efecto invernadero, por el despilfarro que supone consumir un exceso de energía en una región que no lo precisa y por el “no uso” de las energías autóctonas, (está claro que el petróleo o el gas que sin necesidad se consuma en Canarias es sustraído de otros países y zonas que tengan una necesidad imperiosa de estos, y que no disponen de energías renovables abundantes ni de una gran capacidad de ahorro, como son la mayoría de los países de la Unión Europea).

Sin embargo, con las medidas propuestas, Canarias no solo cumplirá, ahora y en el futuro, con las exigencias impuestas por el Protocolo de Kyoto, sino que será un ejemplo a imitar en otras zonas de características similares. Además, y en la medida que la experiencia de Canarias pueda trasladarse a otros países en desarrollo, nuestra región contribuirá, de forma importante, a que el necesario incremento del consumo energético en los pueblos más pobres se efectúe en el marco de un desarrollo “limpio y sostenible”.

Las oportunidades de un adecuado enfoque de la política energética de Canarias

Las actuaciones en el campo de la energía en las direcciones señaladas no solo permitirá a Canarias convivir con la casi segura crisis energética futura, sino lo que es mucho más importante, convertir las amenazas de ella derivadas en auténticas oportunidades para conseguir un desarrollo mas equilibrado y sostenible.

En efecto, entre las repercusiones de la implantación de este modelo energético puede contemplarse una máxima autonomía energética para la región en su conjunto, y para cada una de las Islas por separado, así como una máxima autonomía en la producción de agua potable, tanto para uso humano como también agrícola, además del mantenimiento de los costes actuales del agua (o incluso su disminución) al no depender de los costes del petróleo importado.

En el sector turístico, las repercusiones también han de ser muy positivas, dada la disminución del impacto del coste de la energía sobre el paquete turístico (en la medida que serán menores los costes del agua y de la climatización de los alojamientos) y la mejora del “atractivo” y de la “competitividad” del sector, con una nueva imagen de sostenibilidad y respeto al medio ambiente.

En el sector de la construcción, el modelo energético que se propugna permitirá dar un nuevo impulso a una forma diferente de abordar las construcciones en Canarias, en el marco de una bioclimatización y autosuficiencia energética de las mismas (de capital importancia en un plan de remodelación de los alojamientos turísticos).

El sector agrícola se verá especialmente favorecido, de manos de nuevas tecnologías que se apoyen en un uso extensivo de estas energías, y a la pérdida de competitividad que presumiblemente los productos agrícolas importados van a sufrir, tanto por los altos costes de la energía incorporados en el proceso de transporte desde el exterior a Canarias, como por el sobrecoste de estos productos agrícolas en aquellas regiones que basan su agricultura en un uso extensivo de recursos energéticos no renovables (invernaderos calefaccionados en Francia, Holanda, etc.).

Las repercusiones sobre el sector industrial pueden ser decisivas y espectaculares, si se piensa en el mercado que puede generarse con la fabricación de paneles solares térmicos y fotovoltaicos“adaptados” (es decir, con diseños específicos para causar un mínimo impacto visual sobre el territorio), la construcción de plantas desaladoras en sistemas aislados, la instalación de invernaderos autosuficientes y altamente tecnificados (que dispongan de sus propios recursos energéticos renovables, incluyendo los necesarios para la desalación del agua que precisan), la implantación de piscifactorías y cultivos marinos en tierra con las mismas características de autosuficiencia, el desarrollo y construcción de sistemas aislados basados en energías renovables, para diferentes aplicaciones e implantación en países en desarrollo, la posible fabricación en Canarias de materiales y equipos para la edificación tecnificada.

En definitiva, una adecuada política energética, en la medida que la energía es el soporte de todas las actividades humanas, permite a la región impulsar los sectores productivos básicos (en particular, el nuevo impulso a la agricultura, ganadería y piscicultura permitirá una importante reducción del coste de la cesta de compra), mejorar la competitividad del sector turístico frente a otros competidores, crear empleo de muy alta cualificación, en todos los sectores, disminuyendo la presión migratoria de mano de obra de muy poca preparación (ahora demandada en sectores poco desarrollados).

En conjunto, una política energética encauzada en las direcciones aquí expuestas representaría un futuro nuevo para Canarias, mucho más sostenible que el actual, en la medida que ella implica una diversificación real de nuestra economía, y la no dependencia del actual monocultivo turístico.

En definitiva, un tratamiento adecuado del tema energético en Canarias, en el marco de una futura y casi segura crisis energética, puede significar nuevas e impensadas oportunidades de desarrollo y competitividad para la región, que además pasaría a ser un referente en todo el mundo, y un pilar, pequeño pero no despreciable, del desarrollo sostenible del resto del planeta.


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