Rincones del Atlántico



Gregorio Chil y Naranjo, fundador de la
Sociedad Científica El Museo Canario


“Yo admiro a París porque París admira a todo el mundo”
                                                         Gregorio Chil y Naranjo


Víctor Montelongo Parada
Presidente del Museo Canario
Fotos: Archivo del Museo Canario - Rincones - Autor


París, febrero de 1848, una vez más se viven tiempos revolucionarios. Un levantamiento ha provocado la abdicación de Luis Felipe de Orleans y la instauración de la II República. Poco después, en abril, llega a la capital francesa Gregorio Chil y Naranjo, un joven grancanario de diecisiete años que habrá de permanecer en el país vecino por espacio de diez años. Aquel muchacho está iniciando un sueño largamente acariciado, que no era otro que el de realizar sus estudios de medicina en una de las más prestigiosas universidades del momento: La Sorbonne. Atrás han quedado su pequeña isla, su pequeña capital y su Telde natal. Recuerda a su tío y mentor el canónigo Don Gregorio Chil y Morales, protector y artífice de la financiación de sus estudios, aquel que pacientemente inculcó en él el amor a los clásicos y al conocimiento. Ahora está en la capital del mundo, en el corazón de la cultura y de la ciencia. Está empezando a descubrir lo ignorado que se escondía tras el arqueado horizonte del mar de Gran Canaria.

Desde su llegada Gregorio Chil se identificó con la revolución iniciada en febrero y con los revolucionarios, participando en ella activamente, al punto que en sus propias palabras “al mes de estar en París progresé de tal manera que era uno de los más furibundos republicanos”. Este furor juvenil de Chil señalará lo que fue una de las constantes en su vida: el compromiso social. Toda su trayectoria vital estará impregnada por una honda preocupación de palabra y obra por los sectores menos favorecidos de la sociedad. Sonada fue en Las Palmas su campaña en pro de los majoreros que huían de la hambruna; magnánimo su gesto de legar sus bienes y propiedades para el mantenimiento de El Museo Canario. La sensibilidad social de Chil incluyó una etapa de política activa como diputado provincial en 1887 en representación de Lanzarote. Fue defensor del sufragio universal convencido de que la democracia era la “única forma de gobierno que corresponde a los pueblos libres”.

A la llegada de Chil y Naranjo a París encuentra allí a otros tres canarios que cursaban medicina: quien ya había sido compañero de estudios en Gran Canaria, inseparable amigo y estrecho colaborador por el resto de su vida, Juan Francisco Padilla y Padilla, llegado un año antes, y los palmeros Víctor Pérez González (Rincones del Atlántico 2:90-96, 2005) y Germán Álvarez. El lugar no puede ser más sugerente: aún viven genios de la literatura como Honoré Balzac, que en su Comedia humana hizo revivir la sociedad francesa de comienzos del XIX, Víctor Hugo, para quien monseñor Myriel y Jean Valjean ya eran viejos conocidos y que, en 1848, pasó de ser par de Francia a alcalde del distrito VIII parisino, poco después diputado por las Asambleas de París y, a partir de 1851, a un largo destierro, mientras en la mente de un joven Gustave Flaubert se gestaba Madame Bovary y Charles Baudelaire ahondaba en el universo poético legado por el romanticismo.

En las artes plásticas el generoso Jean-Baptiste Corot era ya un maestro consagrado de la pintura, al igual que Jean Désiré Courbet –pintor de gran influencia en su época como adalid de la escuela realista- y que compartía las ideas sociales y políticas del revolucionario teórico y gran polemista Pierre Joseph Proudhon.

También en esa mitad del siglo, François Rude representaba en sus grupos escultóricos la gran epopeya francesa del siglo XIX. Él resucitó el tema medieval del yacente en el sepulcro del general Cavaignac, aquel que en junio de 1848, investido de amplios poderes, realizó la gran represión obrera en el momento más difícil de aquel año revolucionario y que fue rival derrotado por Luis Napoleón en las elecciones presidenciales acaecidas en diciembre.

En esos mismos años el genio musical Hector Berlioz se encuentra en plena madurez (en 1830 ya había compuesto su Sinfonía fantástica) y, aunque incomprendido en la Francia de su época, la posteridad lo ha reconocido como el verdadero creador de la orquesta moderna.

Durante los años de estudio en París, Chil asistió al nacimiento y muerte de la II República y a la instauración y primeros años del II Imperio, cuando a partir del golpe de estado inspirado por el propio Luis Napoleón, éste es proclamado en 1852 Napoleón III (Le petit Napoleon para Víctor Hugo). Durante su reinado es cuando, impulsado por el barón Haussmann, tiene lugar la gran reforma urbana de París. A él se debe la gran capital monumental que hoy conocemos de grandes avenidas rectilíneas, espaciosos jardines, amplios bulevares, motivos escultóricos y espectaculares fachadas. En esta reforma haussmanniana no sólo influyeron criterios de índole urbanística, de salubridad y de mayor gloria al emperador, sino que también las hubo de más profunda naturaleza política: se demolieron viejos barrios revolucionarios y en el trazado de calles y avenidas estuvo presente el objetivo de facilitar el mantenimiento del orden público.

Frente a este esplendoroso París, Chil había dejado en 1848 atrás una Gran Canaria con una población de bajísimo nivel de instrucción, paupérrima en centros de estudios y con su clase dirigente desmoralizada con la pérdida de la capitalidad quince años atrás, pero que aún así, ya en la década de 1840 respiraba aíres de cambio bajo el impulso de una minoría ilustrada, donde la fundación del Gabinete Literario en 1844, encabezada por Antonio López Botas y Juan Evangelista Doreste, contribuyó significativamente a lograr que la capital grancanaria –dentro de su modestia- se convirtiese en una ciudad digna de tal nombre e instalarla en la modernidad. En cualquier caso, en la época isabelina que a Chil le tocó vivir era muy poco lo que Gran Canaria podía ofrecer a la sociedad y a sus jóvenes.

Es ilustrativo sacar a colación el comentario que, pasado el tiempo, hace Chil después de visitar la pequeña ciudad de Heidelberg: “esta ciudad, menos poblada que la nuestra de Las Palmas, tiene una universidad célebre por sus sabios profesores, una biblioteca con más de ciento cuarenta mil volúmenes, importantes manuscritos, archivos históricos de gran valor, jardín botánico, gabinete y colecciones científicas, una escuela de agricultura, sociedades de ciencias naturales, de medicina, de literatura, etc. A vista de este ejemplo ¿qué podemos decir de nuestras ciudades del Archipiélago Canario?”.

En palabras de su biógrafo el doctor Juan Bosch Millares, fue en París donde Chil además de su formación médica, adquirió su principal cultura y su distinción social. Allí fue donde estableció relaciones fundamentales para sus estudios antropológicos y naturales y para toda su posterior obra, como las de los profesores Paul Broca, fundador de la Societé d’Antropologie de París -de la que Chil sería nombrado miembro correspondiente en 1875- y Jean-Louis Quatrefages, el primero en utilizar la palabra antropología, en 1855, para designar la historia natural del hombre.

Doctor en medicina por la Universidad de París en 1857, Chil retorna a Las Palmas en 1859 -momento en que la ciudad contaba con apenas 15.000 habitantes- y un año después hubo de revalidar su título en la Universidad de Cádiz. Abierta su consulta médica en la calle de los Balcones del barrio de Vegueta, destacó por su profesionalidad y su humanidad frente a los más necesitados.

El pensamiento médico de Chil se encuadró en la corriente conocida por higienismo, imperante en Europa desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el XX, surgida como reacción frente a las condiciones infrahumanas en que, tras la revolución industrial, vivían las clases más menesterosas hacinadas en ciudades y sometidas a condiciones de trabajo infrahumanas. El fundamento de este movimiento residía en el convencimiento del poderoso influjo que en la salud de los hombres ejercía el medio en que se desenvolvían. Chil explica el impacto de determinadas enfermedades con aspectos sociales como pobreza, exceso de trabajo, trabajo infantil, mala alimentación, alcoholismo, endogamia, hacinamiento, inadecuada jornada laboral y prostitución. Tuvo una percepción clara de la incidencia de la desigualdad social en la enfermedad y en la muerte.

Apasionado por los temas antropológicos, históricos, arqueológicos y naturales, Chil y Naranjo ha sido reconocido como el antropólogo canario más importante del siglo XIX, iniciador de los estudios de antropología física en el Archipiélago, formado en la práctica francesa de la mano del citado profesor Paul Broca (1824-1880), en un momento crucial: a punto terminar sus estudios de medicina en 1856 se había descubierto el hombre de Neanderthal y en 1868 lo fue el de Cro-Magnon. Su obra escrita más importante Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias –título que hoy nos puede parecer chocante pero lleno de sentido para un higienista del XIX- fue publicada parcialmente, sólo tres tomos que fueron editados y distribuidos entre los lectores entre 1876 y 1899.

En este punto de la publicación del primer tomo de sus Estudios es necesario hacer mención al enorme disgusto que le acarreó en lo personal. Chil, atento a los descubrimientos y teorías científicas del momento, fue un temprano seguidor de las teorías transformistas del francés Jean-Baptiste de Monet (más conocido por su título de Caballero de Lamarck) y de su contemporáneo británico Charles Darwin que en 1859 había publicado la primera edición de El origen de las especies por la selección natural, piedra angular de la teoría de la evolución. A Gregorio Chil y Naranjo, creyente, particularmente cercano a su tío canónigo, la aceptación de la teoría de la evolución recogida en la publicación citada le costo nada menos que la excomunión por parte del obispo Urquinaona y Bidot, cuyas consecuencias no sólo fueron la contrariedad familiar y la exclusión social, sino también económicas.

En el aspecto antropológico, toda la obra de Chil está fuertemente influenciada por el pensamiento de los primeros prehistoriadores europeos, que fueron los precursores de esta ciencia. Con los antecedentes de una población prehispánica en Canarias, los estudios de Sabino Berthelot y el descubrimiento del hombre de Cro-Magnon, las aportaciones de Chil y Naranjo y sus contactos personales con la élite científica de la época, fueron decisivas para que los científicos europeos convirtieran a las Islas Canarias en campo de estudio.

En su concepción de la historia, en lo referente a su teoría y la sociología, manifiesta que sigue los principios establecidos respectivamente por el ex jesuita Guillaume-Thomas Raynal y por Proudhon. Su afán por ser objetivo le llevó a la búsqueda y colección incansable de documentos, siendo su hallazgo más valioso la Información de Esteban Cabitos conservado en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial. No obstante compartió la tradición dieciochesca del ‘buen salvaje’ ideado por los ilustrados y románticos sobre la base de una visión pesimista del mundo civilizado, en aparente contradicción con la fe en el progreso.

Chil es fuente imprescindible para el conocimiento de lo sucedido en las epidemias que afectaron a Las Palmas a lo largo de su siglo: las cuatro de fiebre amarilla (1810-1811, 1838, 1846-1847 y 1862-1863), la de viruela de 1845-1846 y la terrible de cólera morbo en 1851 (don Juan Evangelista Doreste sería una de las tantas víctimas) de la que aporta la fuente más ecuánime sobre este aciago suceso. En este infausto año para Gran Canaria, en París se celebraba la primera Conferencia Sanitaria Internacional. En el análisis de estas epidemias Chil muestra un escaso corporativismo, llegando a mostrarse muy crítico no sólo con las autoridades locales, sino también con la actuación de algunos de sus colegas. En todo momento se muestra inclinado a denunciar las injusticias sociales, hasta el punto de manifestar que “muchos querían levantar su fortuna sobre la miseria pública”.

Numerosas páginas y consideraciones dedica al estado de la vegetación de Gran Canaria, a su destrucción y a la reforestación. Nos ha dejado vivas descripciones del Monte Lentiscal y El Sabinal, de los cardonales de Telde y Arucas (alude al testimonio del Dr. González que recuerda haber visto cubierta de cardones la montaña de este nombre y que ya cuando él escribe no queda ninguno) y de la renombrada Selva de Doramas. Es la suya una visión pesimista, justificada por haber sido coetáneo de la tala masiva de la laurisilva en Gran Canaria. Este panorama lo contraponía, en sintonía con el pensamiento de Rousseau, con los idílicos tiempos de los aborígenes cuando ‘excepto algunos pequeños campos que los indígenas cultivaban, todo lo demás eran bosques que cuidaban con esmero’.

Sintió gran admiración por el canónigo ilustrado don José de Viera y Clavijo (Rincones del Atlántico 1:50-55, 2003/04), en su doble vertiente de historiador y naturalista. –tacha a su Diccionario de Historia Natural de ‘notabilísima obra’- y destaca en él los conocimientos adquiridos en sus numerosos viajes, entre los que cita su asistencia a La Sorbona parisina.

Chil perteneció a numerosas sociedades científicas e instituciones de prestigio, tanto locales como extranjeras. Fue socio destacado de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas, donde ingresó en 1861, siendo nombrado Socio de Mérito en 1895. En 1898 fue elegido presidente de la centenaria entidad y, reelegido en 1899, ejerció el cargo hasta su fallecimiento el 4 de julio de 1901. Al frente de la misma destacó su gran preocupación por el mal estado en que se encontraban la mayor parte de las carreteras del interior de la Isla y el transporte en general. En el Boletín y en los Anales de dicha prestigiosa entidad publicó numerosos artículos.

Chil, bien informado de cuanto acontecía en Europa, pudo prever acontecimientos que luego se hicieron realidad, como cuando advirtió, en un discurso pronunciado en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, después de su viaje a París de 1863 del peligro que significaba para el cultivo y exportación de la cochinilla -y por ende para la economía de las Islas- la aparición de unos nuevos productos químicos (anilinas) que sustituían al carmín natural con menos costes. Sobre la exposición del Palacio de la Industria de Los Campos Elíseos en 1881, en detallada carta dirigida a su estrecho colaborador don Amaranto Martínez de Escobar, secretario de El Museo Canario, da cuenta de los extraordinarios avances de la técnica y de las ciencias, como el teléfono o los motores eléctricos, a los que tilda de asombroso descubrimiento y anuncia la relevancia que habrá de tomar la electricidad como fuerza motriz.

Hemos dejado para el final el aspecto museístico de la personalidad de Chil. Gracias a su impulso se fundó El Museo Canario el 4 de agosto de 1879, con la colaboración de prestigiosas figuras de la intelectualidad grancanaria de su época, de modo que entre sus promotores figuran entre otras, personalidades tan relevantes como Agustín Millares Torres, Domingo J. Navarro Pastrana, Juan de León y Castillo y Felipe Massieu y Matos. Para imponerse en las técnicas museística don Gregorio viajó y visitó los museos de Madrid, París, Viena, Francfort, Maguncia, Colonia y Heidelberg y contó con los consejos y dirección del profesor Broca, por lo que en justo reconocimiento fue nombrado primer socio de honor de El Museo Canario. Desde un primer momento Chil asumió la dirección, cargo que ostentó hasta su muerte.

Instalado inicialmente en la planta alta de las casas consistoriales, en la Plaza de Santa Ana, el éxito de la iniciativa fue tal que al poco de la fundación El Museo Canario ya contaba con importantísimas colecciones materiales y documentales, nutridas básicamente por las donaciones de particulares que siguieron el ejemplo de sus fundadores, consolidando sus fondos de la cultura material aborigen, los de historia natural, archivos, biblioteca y hemeroteca. Un campo particular al que prestó atención el doctor Chil fue el de la teratología, o estudio de las monstruosidades, donde entre otras cosas encuentra evidencias de la teoría evolucionista de Darwin que postula el parentesco del hombre con los animales. Bajo esta óptica se justifica desde el punto de vista científico -no como curiosidades morbosas- las colecciones de fetos deformes de los museos de la época.

En esta apretada síntesis hemos dado unas pinceladas para enmarcar la vida, la obra y la época que le tocó vivir a un grancanario, prohombre, que fue un singular mecenas protector de la cultura, que a costa de un notable esfuerzo personal –en palabras del insigne historiador Dr. don Antonio Rumeu de Armas- ha legado a la posteridad el mejor museo de que dispone el Archipiélago canario sobre las culturas aborígenes, con consagración especial a la prehistoria y la antropología. El Museo Canario será a perpetuidad la obra científica número uno de Chil.

Descargar: Carta (Página 120 de la edición impresa) [PDF]

Para más información sobre la vida y obra de Chil y Naranjo:
  • BOSCH MILLARES, Juan: Don Gregorio Chil y Naranjo. Su vida y su obra. Colección Viera y Clavijo nº 19. El Museo Canario. Las Palmas de Gran Canaria, 2003.
  • ALZOLA GONZÁLEZ, J.M., 2004: 125 años de El Museo Canario. Boletín de Noticias. El Museo Canario (2ª época) 11:12-17.
  • SIEMENS HERNÁNDEZ, Lothar: Libro Azul de la Sociedad Científica El Museo Canario. Colección Viera y Clavijo nº 14. El Museo Canario. Las Palmas de Gran Canaria, 1995.
  • Gregorio Chil y Naranjo: Miscelánea. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria-Biblioteca Universitaria y Real Sociedad Económica de Amigos del País. Las Palmas de Gran Canaria, 2004.
  • Homenaje al Dr. D. Gregorio Chil y Naranjo (1831-1901). El Museo Canario nº LVI, 2001. En este número monográfico de la revista de El Museo Canario homenaje a don Gregorio en el centenario de su muerte, se da una visión actualizada sobre su vida y obra con artículos, entre otros, de los doctores Rumeu de Armas, Bethencourt Massieu, Wildpret de la Torre, Tejera Gaspar, Betancor Gómez y Díaz Hernández.
  • HERRERA PIQUÉ, Alfredo: Tesoros del Museo Canario. Coedición de Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria y Editorial Rueda. Madrid, 1990.


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