Rincones del Atlántico

La Quinta Blas Luis:
el espiritú de Antonio Lugo y Massieu

“Pero como los tiempos no siempre son iguales, mientras sus pasados encontraron ambiente en las poblaciones, Lugo y Massieu ha ido á buscarlo á el campo, en el Valle único de la gran Arautapala, en el que como el Solitario de Farney ha fabricado su retiro de la finca de Blas Luis, en la que el culto á Ceres no empese el que se debe á Minerva [...] En esta amena soledad, lejos del bullicio social, ayudado y alentado en sus tareas [...] en plena beatitud de los Eliseos, pues cabalmente asiéntase su morada cabe el pomar en que se mecen las manzanas de oro de que cuidan vigilantes las Hespérides...”

Asociación Cultural de Arte y Patrimonio
de la Villa de La Orotava, ADARPA
Fotos: Rincones - ADARPA

Las imágenes poéticas de las anteriores líneas nos pueden conducir inexorablemente hacia la nostalgia por un pasado lejano. Sin embargo, afortunadamente, ni el paso del tiempo ni la ignorancia humana han podido marchitar la labor de un hombre culto y sensible. Todavía existen creaciones que nos acercan de un modo inequívoco a la singular figura de Antonio Lugo y Massieu. Es más, el creador de “El Campo” no sólo reflejó sus ideales sobre la agricultura y la naturaleza participando activamente en el ambiente cultural de la época, sino que además, consiguió plasmarlos en sus propiedades agrícolas. Entre ellas, próxima al núcleo histórico de la Villa de La Orotava, sobresale la Quinta Blas Luis o Gran Florida, un paraje de extraordinario valor patrimonial que nos recuerda la entusiasta labor del que fue su propietario.

En esta finca podemos percibir las huellas de una creación original, concebida como un espacio íntimo y hermoso. Los distintos detalles nos recuerdan las diferentes facetas de la interesante obra de Antonio Lugo, y que aquí se manifiestan de una manera latente. Por una parte, podemos intuir su intenso y continuo esfuerzo por racionalizar y modernizar la agricultura de su tiempo, así como por introducir novedades y experimentar en las diversas formas de cultivo.

En este aspecto, Blas Luis sirvió de refugio e inspiración para sus publicaciones que se constituyeron en herramientas fundamentales para la divulgación e intercambio de conocimientos y experiencias entre los interesados y entendidos en esos temas. La otra, fue, sin lugar a dudas, su gran amor por la tierra. Los árboles y su defensa fueron uno de los “leitmotiv” de su vida; unos principios que motivaron numerosas actividades a favor de esa concepción amable de la relación entre el hombre y la naturaleza.

Esas ideas marcarán decisivamente la configuración y la explotación de las propiedades heredadas de sus antepasados, buscando un equilibrio entre su aprovechamiento y su disfrute respetuoso. De esta forma, la Quinta Blas Luis se convertirá en una de sus residencias favoritas, transformando las tierras que pertenecieran a su familia desde el siglo XVII en una continuación de su propia personalidad. Así, durante el primer tercio del siglo XX, Antonio Lugo pudo plasmar sus ideales en sus propias posesiones, hasta su venta acaecida en 1939.

Bajo estas premisas, el valor ambiental-paisajístico se convierte en el elemento patrimonial más destacable, advirtiéndose una estrecha armonía entre todos los componentes que configuran la Quinta. Las estructuras agrarias, las zonas ajardinadas, las edificaciones y los accidentes geográficos conforman todo un entramado orgánico difícilmente disgregable y que dota al paraje de toda su esencia e identidad. Un espacio natural que ha sido modificado por la mano del hombre con el fin de obtener una óptima rentabilidad, pero sin renunciar al contacto y al disfrute con la naturaleza. Es precisamente ahí, en esa riqueza conceptual y material de planificación del territorio, donde radica uno de los mayores tesoros del lugar.

Así, al realizar un recorrido por la Quinta Blas Luis, posiblemente lo primero que sorprenda al visitante es la compleja organización del espacio. Descubriremos un paraje configurado por diferentes unidades arquitectónicas interdependientes, vinculadas por pasillos y senderos que, a su vez, articulan una considerable extensión de tierras de cultivo, dispuestas en terrazas o plataformas decrecientes. Nada está dispuesto al azar, sino que todo parece estar concebido de esa manera con el objetivo de adaptarse a la difícil orografía del terreno. Bancales, atarjeas, estanques o caminos se distribuyen por toda la finca formando un esqueleto sustentador. Sobre este primordial asentamiento, se erigen, en un conjunto agrupado y estratégicamente situado, la vivienda principal y las diferentes dependencias campesinas.

Una característica del paraje es la constante presencia del agua, verdadera esencia vital de este espacio. Es el principio que sustenta y articula el devenir histórico del paisaje que disfrutamos actualmente, el motivo por el cual distintas generaciones han habitado este lugar, transformándolo en virtud de ese aprovechamiento. Ello tiene su manifestación en la compleja red hidráulica, planificada sobre dos pilares básicos: las arterias y los depósitos.

Las arterias están compuestas de distintos canales y atarjeas encargadas de distribuir el agua entre las distintas parcelas y espacios, salvando los continuados desniveles. Por su parte, los depósitos se presentan con distintas funciones. Los estanques almacenan el agua para su uso agrícola, mientras que las pequeñas tanquillas tendrían un uso doméstico. En este último aspecto debemos destacar la presencia de lavaderos, situados junto a las viviendas del lugar.

Otra característica primordial de la presente Quinta es el empleo de la piedra como elemento vertebrador de gran parte de sus estructuras. A través de sillares semirregulares, la piedra jalona los múltiples senderos y caminos que transitan en todo el recorrido, traza límites entre las numerosas terrazas de cultivo mediante gruesos muros, y preside, en definitiva, todo un entramado agrícola proporcionado y simétricamente planificado. También se erige en materia prima para la construcción de las distintas edificaciones existentes.

No sólo interviene lo práctico o lo funcional, sino que aparece la inquietud por los matices estéticos. La arquitectura tradicional, la cuidada fabricación de los bancales -donde destacan las elegantes piedras esquineras-, la utilización de losas en las atarjeas o la ordenada distribución del empedrado de la era son ejemplos que responden a esa realidad.

La red hidráulica y la piedra son el armazón sobre el que se sustenta todo un ecosistema biológico. Como ya hemos comentado, existe una notable simbiosis entre el espacio natural y el agrario. Los dos ámbitos coexisten de forma armónica, configurando todo un paisaje vegetal de gran riqueza. En este sentido, cabría diferenciar una vegetación concebida para su explotación productiva y aquella que cumple una función estética.

Así, por ejemplo, el tradicional paisaje agrario es complementado por la existencia de zonas ajardinadas vinculadas con la vivienda principal. En este pequeño recinto sobresalen algunas especies de gran envergadura. Es el caso de las dos soberbias palmeras situadas junto a la fachada principal de la vivienda señorial y del extraordinario ejemplar de pino canario que cobija, bajo su amplio ramaje, el apacible jardín que se extiende a sus pies. Además, sirviendo de lindero natural de la finca aparece el barranco de Araujo, en cuyas estribaciones se desarrolla una considerable masa arbórea perteneciente a la vecina propiedad de la “Casa Azul”.

Desde el punto de vista de la arquitectura, las edificaciones presentes en Blas Luis siguen, en su mayor parte, los postulados próximos a lo que se ha venido a denominar como “arquitectura tradicional canaria”. Este lenguaje constructivo se caracteriza por la supremacía de una serie de elementos de estirpe mudejárica, entre los que prevalece la permanente utilización de la madera - presente en vanos y cubiertas- y de la teja árabe. A ello hay que añadir el empleo de muros de mampostería enlucidos, como variante insular en este tipo de construcciones de carácter popular y agrícola.

Frente a esta tradicional concepción, un caso diferente lo protagoniza la vivienda principal, un inmueble conformado por la sucesión de varios volúmenes donde el ya mencionado modelo mudéjar, presente tan sólo en el segundo de ellos, se combina con un estilo de pautas eclécticas que se hace evidente en el frontispicio o frente de fachada. En ella, los nuevos materiales y la intención ornamental se hacen evidentes, imponiéndose elementos que anunciaban la llegada de nuevas manifestaciones arquitectónicas.

Por lo tanto, se observa en Blas Luis una diferenciación de lenguajes constructivos según las funciones que cumplen las distintas edificaciones. En tal sentido, se aprecia cómo el componente popular y funcional de raigambre mudejarista se hace presente en aquellos recintos arquitectónicos relacionados con el servicio y con las labores agrícolas, como es el caso de las viviendas de los medianeros, la prensa, la cuadra o el granero. Algunas de estas dependencias aún hoy conservan sistemas de distribución interior tradicionales como son las telas de saco o arpilleras, elementos cada vez más escasos de contemplar.

Por otra parte, la vivienda principal se halla provista de componentes que la diferencian del resto de las dependencias, en un intento de singularizar tanto su apariencia como su función. Para ello, se recurre al empleo de formas constructivas tomadas de diversos estilos y que son adoptadas de un modo selectivo, configurando una fórmula ecléctica donde subyacen rasgos de la arquitectura de estirpe anglosajona, como son las cubiertas a dos aguas revestidas con teja plana, o el trazado ornamental de algunos de los vanos.

Finalmente, en esta sabia conjugación de elementos que constituyen el actual conjunto agrario de Blas Luis podemos percibir aún la huella de los ideales de Antonio Lugo y Massieu, que unió a los ancestrales valores productivos del lugar, los del disfrute y el contacto con la naturaleza en todos sus aspectos. Este ideal se ve reflejado en distintos detalles que hacen diferente a este paraje. Es el caso de la existencia de bancos y canapés en distintos puntos de la Quinta, dispuestos para la agradable conversación y la contemplación del paisaje. Estos se distribuyen por toda la finca, localizándose especialmente en la era y en el jardín.

La era, situada al norte del conjunto de viviendas –a la que se accede por el camino principal-, presenta la extraña singularidad de poseer cuatro bancos o canapés de cemento, que aunaron a la original función agrícola de este espacio la de ser lugar de descanso o recreo, máxime cuando observamos la posición estratégica del sitio, ideal para la contemplación del paisaje circundante.

No obstante, el elemento más revelador de esta concepción es el recoleto jardín situado en un frontal de la vivienda principal y rodeado por las diferentes dependencias del conjunto agrario. Se trata de un jardín escalonado en dos alturas y rodeado por múltiples bancos así como por una elegante pérgola, en el que florecen distintas especies vegetales y donde una fuente articula un entorno de gran belleza. Una exedra bajo un parral, en un extremo del recinto, completa y acentúa ese ideal de descanso.

Sin embargo, pese a la evidente importancia del presente paraje, su futuro es incierto. Hay que tener en cuenta que el lugar está calificado como suelo de uso residencial y que, por tanto, por su cercanía al núcleo urbano, resulta ser un espacio de gran atractivo para la expansión del cemento y el asfalto. Además, en 1997, los antiguos propietarios vendieron su finca a una entidad constructora que aún la explota agrícolamente.

Todos estos factores nos conducen a la incertidumbre sobre el futuro de la Quinta de Blas Luis. Desde la Administración las respuestas han sido ambiguas, y sólo podemos esperar como último término la conservación, y no de una forma definitiva, del inmueble principal y de las especies vegetales más relevantes, concretamente las palmeras y el pino canario. Por supuesto, esa solución nos parece insuficiente y perniciosa, ya que el inmueble quedaría totalmente descontextualizado en un entramado urbano que sería completamente ajeno a su idiosincrasia. Sería un error fatal para todos la pérdida irremediable de la enorme riqueza de bienes patrimoniales que se encuentran en este rincón de la geografía isleña, el fin del lugar que fue morada de uno de los hombres que más amó y defendió nuestra tierra.

La defensa y pervivencia de este enclave se nos antoja fundamental, ya que es difícil encontrar en un espacio tan reducido esa enorme riqueza de valores patrimoniales y culturales. Es más, la presente Quinta se encuentra limítrofe al Conjunto Histórico de la Villa de La Orotava y, por tanto, en caso de ser conservada en su justa medida podía quedar integrada en el espacio histórico-cultural de este pueblo. Serviría de zona verde y, al mismo tiempo, de frontera natural entre el histórico núcleo urbano y el entorno rural, dando una auténtica imagen del pasado de esa localidad. En este sentido, no hay que olvidar que el cercano y popular barrio de El Farrobo ha estado siempre estrechamente vinculado al mundo campesino, y que en la actualidad carece de espacios verdes que en el pasado le fueron familiares. Sería un buen momento, por tanto, de redefinir nuestros antiguos conceptos referentes a los espacios patrimoniales protegidos, vinculándolos con los espacios agrarios que conformaban una unidad indisoluble con los conjuntos históricos. Así, al mismo tiempo, la creación y protección de este paraje sería muy beneficioso para una población que demanda esta serie de espacios de sociabilidad y esparcimiento, reencontrándola con sus antiguas raíces, con el rico legado de sus antepasados.

Pero además, sería un justo y respetuoso homenaje a la incansable labor de un hombre excepcional: “...Vive el Sr. Lugo y Massieu en su linda quinta de Blas Luis, entre el tierno follaje de los árboles y el matizado verdor de las plantas, y desde allí pretende, como la humilde violeta, esparcir en el archipiélago su exquisito perfume de cultura”.


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