Rincones del Atlántico

El almendro en La Palma
Un cultivo amenazado

Jesús Líbano
Fotos: Sergio Socorro - Rincones


El almendro, Prinus Amigdalus, ha formado parte desde hace siglos del paisaje de las medianías del noroeste de La Palma. Su precencia es particularmente notable en las zonas más desfavorecidas, donde ocupan terrenos marginales y de difícil acceso, a veces como complemento de otros cultivos, fijando el terreno en terrazas o marcando lindes.

Cotia, Castañera, Padresanto, Ratonera, Coja, Carmona, Picuda y hasta más de 50 denominaciones han venido acuñando los cosecheros para los diferentes tipos de almendra que producen los cultivares locales, aprendiendo éstos a injertarlas en los lugares adecuados a sus características (vientos, insolación, bajas temperaturas…), normalmente sobre patrón amargo y protegiendo el injerto con pencas de la pitera.

Este árbol, de gran rusticidad, alcanzó su apogeo en la década de los años 50, tiempos en los que producciones de hasta 3.500 toneladas permitían grandes exportaciones al Reino Unido. Pero a partir de entonces ha ido experimentando una lenta y continua decadencia. De manera inexorable, la presión demográfica, el abandono de las tareas agrícolas, la competencia exterior y el avance del hongo Armillaria mellea han ido recortando las producciones hasta mínimos de 50 toneladas de almendra en cáscara.

Contrariamente a lo ocurrido en otras zonas productoras, la influencia de la oferta de almendra californiana, en muy ventajosas condiciones de precio y elaboración, no ha sido aquí tan decisiva. Prueba de ello es que a lo largo de la última década han sostenido su presencia en el mercado insular, pese a que la almendra local en ocasiones hasta triplica el precio de la americana.

La razón de esta circunstancia es la fuerte identificación de los consumidores palmeros con las almendras de sus medianías. En La Palma se compra la almendra más cara del mundo. Una almendra que, a diferencia de las presentes en los mercados internacionales, no precisa controles de entrada ni clasificación varietal ni denominación comercial. Es la de aquí, su sabor la define.

Lógicamente, inmersos en tiempos de globalización, la almendra importada ha ido gradualmente ganando cuota de un mercado caracterizado por un altísimo consumo; 2 kilos por habitante y año, superando ampliamente los 0,3 kilos de media nacional, incluso los 1,74 kilos para el total de frutos secos. Frente a almendras subvencionadas a través del Almond Board estadounidense y de los Planes de Mejora de las Organizaciones de Frutos Secos comunitarias, los cosecheros palmeros han podido ir conteniendo el avance de la importación con una ayuda específica a la producción y de gran sencillez burocrática gestionada a través de Mercocanarias.

Con la inclusión de la almendra en el apartado de frutas y hortalizas en el nuevo POSEICAN el sector ha salido claramente perjudicado. El establecimiento de una ayuda que, en el mejor de los casos, alcanza sólo la mitad de la anteriormente cobrada y, sobre todo, de mucha mayor complejidad burocrática y administrativa, amenaza con desincentivar definitivamente a nuestros cosecheros.

A diferencia del resto de productos comercializados a través de una Organización de Productores de Frutas y Hortalizas, la almendra ha de sufrir una transformación previa, el descascarillado, para cualquier venta al detalle. En el caso de La Palma, las entidades transformadoras han estado adquiriendo la almendra en cáscara directamente del cosechero para comercializarla en pipa a todo tipo de clientes, recibiendo además una ayuda de 0,07 euros por kilo de almendra quebrada, que ahora además dejarían de recibir. Por tanto resulta harto difícil convencer a los operadores del sector de trastocar completamente el sistema tradicional de comercialización con las actuales prestaciones.

En el año 2003 solicitaron la ayuda sólo una décima parte de los productores que lo hicieron en el año 2000.

Los estudios de caracterización del cultivo y su mercado y los planes de desarrollo del sector elaborados por el Cabildo Insular y la Asociación para el Desarrollo Rural, ADER-La Palma, así como la asistencia en las labores de poda por parte de los ayuntamientos de El Paso y Tijarafe, han quedado insuficientes respecto al nuevo sistema de concesión de subvenciones.

Urge por tanto buscar alternativas que, además de que puedan complementar la renta de nuestros agricultores, atenúen la influencia de las anteriormente expuestas causas del lento abandono del cultivo. Alternativas que pasarían por la implementación de ayudas públicas específicas en otros conceptos, formación para la optimización de rendimientos, planes de comercialización de sus derivados y revalorización mediante la certificación ecológica.

La continuidad de este cultivo en La Palma es una pieza insustituible de la estructura sobre la que se pretende basar la continuidad del mundo rural en las zonas desfavorecidas de sus medianías.


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