Rincones del Atlántico


El Proyecto

Paisagem/Macaronesia



Si la construcción del paisaje ha sido la consecuencia fundamental de la interacción del hombre en el medio, y la identificación del lugar un rasgo básico para el reconocimiento de la diversidad cultural, ¿no es el paisaje la razón de ser de cualquier proyecto?


Se ha dicho siempre que las islas macaronésicas comparten unas condiciones biogeográficas, una historia y un carácter ultraperiférico que han propiciado la creación de paisajes de gran valor natural y cultural, enriquecidos por las singularidades derivadas de las condiciones de cada isla. El paisaje que sustenta nuestro actual paisaje es ciertamente impresionante en biodiversidad, calidad ejecutiva, coherencia y belleza; pero en algunas islas, como en Gran Canaria, se encuentra saturado y deshecho, principalmente en los difusos entornos periurbanos, tras más de treinta años de intenso desarrollo. En otras sin embargo, como Boha Vista, los espacios urbanos de Vila de Sal Rei y de Rabill, pese a conservar su personalidad, están envejecidos y expectantes esperando “el desarrollo”, al igual que todo el cuidadoso conjunto de elementos y estructuras (casas, paredes, corrales con acacias, hornos, pozos, etc.) que conforman el paisaje rural de esta isla. Si contrastamos sus desarrollos, por ejemplo, la primera acaba de descubrir el turismo rural tras haber despreciado, durante los años de opulencia, su irrepetible arquitectura. La segunda, posiblemente debería empezar el suyo “rejuveneciendo” su patrimonio histórico y etnográfico, porque con sus extensos desiertos y barrancos cultivados, define su identidad y constituye el más preciado recurso turístico. Las islas de Azores, y en cierta medida las de Madeira, encontrarían que fragmentos de La Palma o El Hierro les resultan familiares, esencialmente por la cuidadosa conservación de sus arquitecturas y la armoniosa frontera urbana que separa los pueblos y caseríos del campo. Sus paisajes lluviosos y secos, montañas y volcanes, cultivos de plátanos, parras o tomates, y la flora y la fauna local, aun no precisan campañas de embellecimiento. Pero el paisaje no funciona como el escenario de una obra de teatro en la que cada uno hace su papel. Pese a que el clima, la belleza y la diversidad insular sean la más importante seña de identidad de estos archipiélagos, los paisajes de la Macaronesia evolucionan y están sufriendo graves agresiones y deterioros. Reflejan la mentalidad y la cultura de las poblaciones que lo habitan. Son resultado de un sistema económico que impone la uniformidad y la rentabilidad. ¿Cómo hacer rentable entonces la conservación de nuestro patrimonio paisajístico sin renunciar a la mayor calidad de vida posible en el entorno que habitamos? Posiblemente haciendo del paisaje la razón de ser de cualquier proyecto. Para que esto sea posible -¿es posible?- tenemos que redescubrir el paisaje de nuestras islas, reinterpretar el significado de ser una región unida por un mar lleno de posibilidades de encuentro, apreciar el verdadero valor de nuestros paisajes y, desde la perspectiva mundial y local del desarrollo sostenible, actuar en consecuencia, aportando conjuntamente el esfuerzo y la inteligencia precisas para que el paisaje de las islas evolucione en armonía con las ideas de progreso solidario, democracia y belleza que, para fortuna de todos, poco a poco, se van incorporando al paisaje futuro de la humanidad. ¿Qué medios necesitamos, que sean prácticos y que funcionen? Seguro que hay muchos, algunos ya se están aplicando, aunque los resultados son a veces desalentadores: el “tiempo urbano” va más rápido que el tiempo real porque no hemos sabido controlarlo, gestionarlo.

ARGUMENTOS VISUALES

Si comparamos imágenes gráficas del pasado y del presente de cada una de las islas de Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde, haciendo desaparecer el espacio y el tiempo, las similitudes geográficas, culturales y políticas se hacen evidentes. También el talante social encuentra en su diversidad evidentes coincidencias. Si prestamos atención a la génesis geomorfológica de las islas, a los procesos del poblamiento, a la transformación de sus bosques, a la remodelación de los campos, a la arquitectura y la ingeniería tradicional, a las formas de los asentamientos urbanos rústicos y costeros, y a todas esas manifestaciones tangibles que la naturaleza y la cultura imprimen en cada paisaje, cualquier observador puede apreciar la sabia adaptación al medio conseguida a lo largo de los siglos por los hombres y mujeres que habitaron estas islas. Una historia construida, más que narrada, no exenta sin duda de problemas, aislamiento y fatalismo. Las generaciones que ahora las habitamos, hemos sido testigos de la vertiginosa transformación de algunas islas, principalmente por el impacto del turismo, y también de la latente quietud de otras. Es obvio que la dialéctica entre la identidad y la globalidad había existido en el pasado, pero tal vez sus efectos nos fueron más ajenos o desconocidos. Observando las formas de la ocupación del suelo en las afueras de los grandes pueblos y ciudades insulares, las modificaciones del relieve para hacer sitio a las urbanizaciones, los impactos de las autovías y el tráfico, la acelerada pérdida de biodiversidad, las pautas consumistas de territorio y productos, y todos los cambios acaecidos, no hay duda de que el paisaje de nuestras islas está dejando de ser el escenario mítico que enamoró a científicos y viajeros, y ha trascendido en un frágil sujeto físico y legal, objeto de preocupantes decisiones políticas que nos afectan a todos. Lo cierto es que los paisajes expresan las consecuencias, positivas y negativas, de nuestras acciones y de procesos sociales, económicos y ecológicos originados en cualquier otro lugar. Parece legítimo por tanto involucrarse a nivel internacional en la búsqueda de instrumentos adecuados para resolver la problemática cuestión de la gestión del paisaje, y para poder implementar acciones coherentes y eficaces.

EL VALOR DE LOS PAISAJES

La preocupación por el desarrollo sostenible expresada en la Conferencia de Río (1992) y en la de Johanesburgo (2002), da al paisaje una consideración especial, basada en el equilibrio que debe existir entre la preservación del patrimonio cultural y natural y el uso de éste como recurso económico. Una interrelación dinámica entre los elementos naturales y su uso por los habitantes que ha permitido en cada isla, a lo largo de siglos, pasar por distintas etapas económicas y sociales, basadas en la explotación preferente de unos pocos recursos. En los tiempos actuales el turismo es el principal sector productivo en explotación y se caracteriza por su agresiva implantación territorial y por los rápidos efectos, positivos y negativos, inducidos en el hábitat de las islas que lo disfrutan o padecen en saturación. Las contradicciones que presenta su distribución interinsular, el anacrónico secuestro de los flujos turísticos entre las islas y, paradógicamente, la inexistencia de una política interregional clara al respecto, hacen que el turismo funcione como cajas estancas: islas que recelan entre sí, municipios que compiten por la clasificación de urbanizaciones o la promoción de campos de golf, desajustes e incomunicación entre los objetivos de distintos órganos de la administración, etc. Las claves del proceso son suficientemente conocidas. Las posibilidades turísticas y de ocio del paisaje son en general el resultado directo de un escenario atractivo y singular. Los efectos resultantes del incremento de empleo y rentas en áreas que no tienen otro tipo de recursos, pueden proporcionar medios para el mantenimiento y mejora de los valores paisajísticos. Pero, desgraciadamente, la extensión difusa de los pueblos y ciudades, y la irrupción social y psíquica asociada a una pobre planificación urbanística, es en la mayor parte de los casos completamente ajena al paisaje y está totalmente fuera de escala en relación a las necesidades de la economía local. Y que duda cabe que, hoy por hoy, aun cuando la diversifi- cación productiva sea un sensato objetivo del desarrollo, el turismo es el motor que hay que retener o arrancar en cada isla para que pueda impulsarse un desarrollo interregional sostenible. Digamos entonces que el paisaje, es decir la calidad y la singularidad del paisaje, no es el escenario, sino la energía imprescindible para que ese motor funcione bien y nos lleve a donde queramos.

EL MARCO DE LA CONVENCIÓN EUROPEA DE PAISAJE

En ese contexto de valores, recursos y amenazas, una convención internacional promovida por el Consejo de Europa proporciona un nuevo y atractivo marco de referencia internacional para orientar las políticas de paisaje de todos los estados y regiones europeas: la “Convención Europea de Paisaje”, puesta a la firma de los Estados en la Conferencia Ministerial de Florencia celebrada el 20 de octubre de 2000. Toda la Macaronesia, y Canarias en particular; debería estar interesada en poner en práctica cuanto antes, por sentido práctico e inminente imperativo legal, los instrumentos que conlleva la aprobación de esta Convención. A modo de resumen, la Convención Europea de Paisaje establece que el paisaje “es el resultado de la acción, a través del tiempo, de factores naturales y humanos, así como de sus interrelaciones”. Un concepto de paisaje que está además claramente relacionado con la belleza, la estética y la contemplación, sensaciones que se derivan particularmente del campo de las artes. También, que “el paisaje está en todas partes, y no es algo que sólo ocurre en zonas de singular belleza”, la mayor parte de ellas ya clasificadas como parques naturales o patrimonio histórico. En otro orden de cosas, la Convención afirma que si a los habitantes se les da la oportunidad de tener un rol más activo en la toma de decisiones en relación al paisaje, podrán identificarse mejor con los entornos en los que viven, desarrollan su trabajo o pasan su tiempo de ocio. En definitiva, el paisaje constituye el principal objetivo, y no el resultado, de la transformación del territorio, y precisa de nuevas formas de “gestión creativa” que requieren, además de una inequívoca voluntad política para adoptar medidas legales, involucrar al conjunto de los agentes que en él intervienen. La adhesión a esta Convención supone la voluntad de promover decididamente en las regiones macaronésicas, iniciativas consecuentes con la consecución de los principios, objetivos, medidas y compromisos establecidos en la misma, implementando políticas de paisaje activas, integrales y creativas, mediante la puesta en marcha de las siguientes iniciativas:

  • Insertar el paisaje en la política general del desarrollo de cada archipiélago, y en las políticas culturales, medioambientales, agrícolas, sociales, económicas, del transporte y del turismo, así como de cualquier otro sector que pueda tener efecto directo o indirecto sobre el paisaje.

  • Poner en práctica, urgentemente, políticas paisajísticas intersectoriales, introduciendo instrumentos para proteger, planificar, acondicionar y gestionar el paisaje en razón de su excepcional diversidad y valor como bien colectivo, de su indiscutible papel como recurso básico para el desarrollo turístico, y de los efectos que sobre él tiene el conjunto de las actividades económicas y sociales.

  • Integrar las políticas de paisaje de las islas de la Macaronesia, intercambiando entre ellas lo mejor de su conocimiento y experiencia, y potenciando las islas como lugar de encuentro mediante la promoción de sedes de organismos internacionales, bases de datos especializadas, y la celebración de seminarios, talleres y congresos sobre paisaje.

    EL PROYECTO “PAISAGEM/MACARONESIA”

    Para avanzar en esa dirección, el Proyecto PAISAGEM (Interreg III-B) pretende crear una metodología (general y particularizada) de gestión integrada del paisaje de la Macaronesia, impulsando para ello diversos Estudios y Proyectos Piloto de conservación, restauración, rehabilitación, acondicionamiento y recreación de paisajes. Propone emprender paralelamente acciones de información, sensibilización y consulta, centradas en la concreción de “objetivos de calidad paisajística”, dirigidas a la población local y a los agentes públicos y privados que en mayor medida, y con mayor responsabilidad, contribuyan en la conservación y transformación de los valores naturales y culturales que atesoran estos paisajes. Los ámbitos territoriales de “acción directa” que se seleccionen (diez ámbitos, dos en cada archipiélago como mínimo) incluirían espacios naturales, rurales, urbanos y periurbanos, elegidos en razón de su utilidad ejemplarizante y de la viabilidad de las acciones que se propongan. Estos ámbitos de acción son los principales “nodos” de una red-piloto de intercambio de metodología y experiencias, en la que participarían, tras firmar “contratos de paisaje”, los sectores sociales directamente implicados, los organismos gubernamentales, ONG y los equipos científicos de las universidades y entidades cooperantes más interesadas en participar en el Proyecto. Con el fin de facilitar el acceso a la información y la comunicación se crearía una Base de Datos especializada en documentación on line sobre los paisajes de la región macaronésica. Y para estimular los flujos económicos, culturales y turísticos entre las islas, el Proyecto PAISAGEM propone diseñar los prototipos de diversas tipologías de “Estaciones de Paisaje y Cibermiradores” equipados con pantallas de información y documentación, así como de un “Sistema de tele-visualización y percepción sonora de paisajes en tiempo real”. Un Seminario Internacional y un programa de Talleres de intercambio de experiencias, facilitarían el encuentro y el trabajo transnacional (presencial y virtual) y la difusión de los objetivos y resultados del Proyecto.


  • J.M. Alonso Fernández-Aceytuno.
    Arquitecto, Director del Gabinete PRAC.
    Presidente del Laboratorio del Paisaje de Canarias


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