Bárcenas, Sanchís y la agricultura del siglo XXI

Por Vicent Boix*

23 de enero de 2013

Con los recientes escándalos que apuntan al ex tesorero del PP, Luís Bárcenas, se ha podido saber que este es socio de una empresa agrícola situada en Argentina llamada La Moraleja SA. Ángel Sanchís, ex diputado, también ex tesorero del mismo partido y amigo de Bárcenas, es el presidente de esta compañía, que posee 30.000 hectáreas en las que se siembran limones, trigo, maíz, hortalizas, etc.

Este artículo no pretende analizar ni ofrecer datos nuevos sobre la variante más escandalosa de todo este asunto: los créditos otorgados por el gobierno de Aznar a una empresa de coleguitas de partido situada a miles de km. de la península. Más bien se pretende confrontar los dos modelos agrícolas predominantes, que además resultan ser incompatibles el uno con el otro.

 

Modelo agrícola local y social: en vías de extinción.

Es el que practican millones de agricultores en el mundo. El que repartía la riqueza y mantenía vivo el tejido rural. El compuesto por pequeños y medianos minifundios que generan trabajo y alimentos para el consumo local, nacional y también internacional. Es el modelo que sucumbe ante las políticas neoliberales apadrinadas en los últimos lustros por el PP y el PSOE, que en el estado español han y están expulsando a cientos de miles de agricultores. Es el que podría y debería potenciarse en tiempos de crisis como una posible salida laboral.

En el estado español, este modelo está en decadencia ante la manifiesta falta de rentabilidad originada por los bajos precios de compra que imponen los intermediarios, la distribución y los supermercados. Todas las organizaciones agrícolas y ganaderas sin excepción, han coincidido en señalar este hecho como el principal causante de la sangría en el campo español. Ante ello llevan años solicitando la intervención del estado para que se establezcan precios mínimos de compra. El problema es que en esta democracia no manda la gente, sino el Dios mercado.

 

Modelo “agrodarwinista”, global y corporativo: en clara expansión.

Con él ya no es importante generar trabajo y comida, sino obtener beneficios y ser competitivo aunque se genere hambre y abandono de tierras en millones de personas. Con este modelo, unos eslabones de la cadena agroalimentaria están dominados por unas pocas transnacionales que venden semillas o agroquímicos. Otro está infestado de especuladores e inversores, cuyas acciones financieras han originado el incremento de los precios de los alimentos en los mercados de futuros. Y uno más está controlado por intermediarios y distribuidores que comercializan y venden la producción agraria.

El único eslabón que permanecía exento de los depredadores era precisamente la tierra. Pero desde hace unos años se ha constatado un fenómeno denominado acaparamiento de tierras, en el que inversores, transnacionales y empresas privadas y públicas están adquiriendo millones de hectáreas especialmente en África aunque también en América Latina (Argentina, Brasil, etc.). Además también se apropian de otros recursos como el agua, para que sus explotaciones industriales estén bien irrigadas aunque luego los campesinos no puedan regar las suyas.

No deja de ser paradójico que mientras millones de agricultores europeos abandonan la tierra, algunos inversores deslocalizan la producción agraria hacia países empobrecidos cuyos campesinos y habitantes son expulsados de sus tierras para que ellos puedan emprender sus proyectos agrícolas. Lógicamente no pretenden combatir un hambre que ayudan a generar, sino que siembran alimentos y sobre todo agrocombustibles que luego se exportarán a Europa, China, USA o los países árabes.

Los más atrevidos argumentarán sobre este modelo, que la vida es así y que solo los más aptos están condenados a sobrevivir y triunfar, como dijo en su día el graduado en teología Charles Darwin. Y de los menos aptos, ya se encargarán la FAO, las ONG’s caritativas y los religiosos que rezarán para que los pobres ganen en el cielo las parcelas que les son usurpadas en la tierra.

 

Acuerdos comerciales y corredores.

El PP y el PSOE han defendido y apoyado el Acuerdo Bilateral entre la UE y Marruecos para liberalizar el comercio de productos agrícolas y pesqueros. A grandes rasgos y sin entrar en detalles, el acuerdo consiste fundamentalmente en la liberalización del comercio mediante el desmantelamiento arancelario, para que los productos agroalimentarios puedan fluir con más facilidad entre las dos regiones.

La embajada española en Marruecos ha alentado la inversión agrícola española en el país africano. Mientras, todas las organizaciones agrarias españolas que representan a cientos de miles de agricultores, se han posicionado en contra de este acuerdo porque permitirá la entrada de unos productos más baratos cultivados en una región con unas políticas fiscales, laborales y ambientales más laxas, y por tanto, con un precio de coste más bajo que los sembrados en el estado español. Que nadie piense que los pequeños agricultores marroquíes se beneficiarán, pues en algunos casos también han sido expulsados de sus tierras y en cualquier caso este pastel agroexportador está horneado para inversores extranjeros y terratenientes locales.

Con las tierras acaparadas y las barreras comerciales derribadas, solo queda por resolver el apartado logístico, y para ello, las autoridades analizan dos posibles corredores (el “central” y el “mediterráneo”). Existe un debate para ver cuál de los dos es el más conveniente, pero en ambos casos el punto de partida es el puerto de Algeciras, situado a escasos kilómetros de África. A pesar de las benevolencias que se han dicho sobre estos corredores, no hay duda de que esta infraestructura que pagaremos entre todos permitirá el transporte y el comercio de productos agrícolas africanos, que dejará sin trabajo y futuro a los campesinos de aquí y a los de allá.

 

Cuestiones morales.

No se conoce una plaga más dañina para el campo español que la política agraria emprendida por el PP y el PSOE. Ambas formaciones han tomado decisiones estructurales que lo han masacrado y destrozado, mientras han ignorado y desoído la voz del agricultor -y votante- representada por las organizaciones agrarias.

Claro, ahora este agricultor que se quema la piel bajo el sol, que tiene las manos cubiertas de callos, que paga impuestos en su nación, que genera puestos de trabajo en su ciudad y que desde hace años el llegar a final de mes le supone un auténtico malabarismo, observa cómo se lucran de la deslocalización de la producción agraria los altos ex cargos públicos Luís Bárcenas y Ángel Sanchís, fomentando a la vez en América Latina un modelo agroexportador que ha causado estragos.

Si le parece extraño que la clase política no controle los precios de compra que le arruinan, si le acongoja la futura invasión de cultivos africanos en manos de inversores, ahora ¿qué esperanza le queda tras ver que algunas ex figuras políticas se benefician de un modelo que a él lo exprime y lo deja sin futuro? Pero ¿a quién narices le quedan ganas de ser emprendedor con semejante marabunta hispánica?

Vicent Boix*: -Investigador asociado de la Cátedra “Tierra Ciudadana – Fondation Charles Léopold Mayer”, de la Universitat Politècnica de València. Autor de los libros El parque de las hamacas y Piratas y pateras. Artículo de la serie “Crisis agroalimentaria”

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